mercoledì 21 ottobre 2009

El poder integrador de la ética en la función pública y su contribución al desarrollo. (*)

(*)Ponencia presentada por el Prof. Victor R. Martin Fiorino en el VII CONGRESO INTERNACIONAL DEL CENTRO LATINOAMERICANO DE ADMINISTRACION PARA EL DESARROLLO (CLAD) en Lisboa, Portugal, 8 - 11 de Octubre de 2002.
PANEL N°90: “ÉTICA POLÍTICA DE LA RESPONSABILIDAD Y PERTINENCIA DE LOS CÓDIGOS ÉTICOS COMO PLATAFORMA ANTICORRUPCIÓN DE LA GESTIÓN PÚBLICA“



INTRODUCCIÓN
En la discusión sobre el papel de la Ética en la función pública se ha utilizado con
frecuencia la metáfora de la vida. Vida ha sido entendida en sentido amplio como unidad, equilibrio y comunicación y, a partir de estas características, se ha propuesto considerar el concepto de vida en las organizaciones tanto privadas como públicas. Dentro del concepto de vida de las organizaciones se ha podido resaltar la importancia de las estrategias a largo plazo que, a través de fines y medios acordes, apuntan a la construcción de un proyecto común. En particular, en las organizaciones públicas, tal proyecto común involucra tanto a los actores incluidos en las organizaciones, como a los que resultan de una u otra manera afectados por las decisiones que se adopten.
La vida pública implica la realización de los fines establecidos a través de ediaciones en las cuales cobra importancia el plano de las decisiones que, a partir de convicciones, producen efectos de los cuales es necesario hacerse responsable. De este modo, las decisiones que se adoptan en las organizaciones públicas implican el triple nivel de las convicciones, las acciones y la responsabilidad. Visto desde esta perspectiva, el plano ético resulta la plataforma a partir de la cual, las decisiones en el ámbito público realizan en la práctica la inteligencia de la vida de la organización.

MARCO ÉTICO PARA LA TOMA DE DECISIONES
La ética es un saber de integración que, más allá de la referencia al plano de las
intenciones, como contenido de la conciencia, o de los deberes, en cuanto normas de
cumplimiento obligatorio en cuya elaboración no se ha participado, apunta principalmente a la obtención de logros fundados en acuerdos que generan responsabilidades.
Como saber de integración, la ética reúne igualmente, en lo que se refiere a logros,
acuerdos y responsabilidades, a decisores, actores y asociados en las organizaciones
públicas. Gerentes públicos (decisores), funcionarios de todos los niveles (actores) y todo el personal asociado a la organización, como público, proveedores, empresas y sociedad en general (asociados), integran una misma red de inclusión progresiva de finalidades (los fines de la organización en cumplimiento progresivo) y, paralelamente, otra red de inclusión progresiva de responsabilidades.
El saber ético, igualmente, permite actuar a todos los miembros de las organizaciones
públicas en un nivel de coherencia entre lo que es actualmente la organización (lo real, el ser de la organización) como resultado del pasado, con sus fortalezas y debilidades; lo que puede ser la organización (lo que decidimos, el poder ser de la organización) a partir de la actuación de sus fortalezas que generan posibilidades; y lo que aspiramos que sea la organización (lo que deseamos, el deber ser de la organización). De este modo, la ética permite la integración de las dimensiones de facticidad (pasado), actualidad (presente) y posibilidad (futuro).
La ética en la organizaciones públicas permite además integrar el aspecto simbólico
presente en la organización (cultura), el aspecto conceptual (la racionalidad de la
organización, su proyecto racional), y el aspecto práxico (Las actuaciones, en contextos humanos y organizacionales concretos de los miembros de la organización.
En tal sentido, dicho poder de integración del saber ético, permite ampliar la
concepción tradicional, según la cual, la ética pública era con frecuencia reducida a la discusión de los códigos de ética de los funcionarios. Éstos son solamente un elemento que debe ser visto del modo integrado con el nivel de una ética de gobierno, centrada en la producción y mantenimiento de la responsabilidad ciudadana, y una ética de la gestión pública, centrada principalmente en las decisiones transparentes, sus condicionamientos, indicadores, resultados, etc.
Las organizaciones públicas resultan así confrontadas en su capacidad de construir y
atenerse a normas que permitan el ejercicio de las aptitudes, de la eficiencia y de la eficacia para la producción de decisiones y resultados; en su disposición a profundizar permanentemente criterios de participación, transparencia y rendición de cuentas; y en su convicción para realizar acciones orientadas a la construcción de eticidad en la organización, centrada en valores tales como la lealtad, la responsabilidad o la equidad. Más allá de una ética perdida (que se quiere recordar) o del señalamiento de una crisis de valores (que se quieren readoptar) se trata de poner énfasis en la construcción de eticidad en y desde la misma organización.

LOS DESAFIOS ÉTICOS Y LAS ORGANIZACIONES PÚBLICAS
La preocupación por el tema de los desafíos actuales de la ética, ha sido creciente en los últimos años, tanto en los campos de las fronteras de la vida – donde los problemas planteados por la clonación o la manipulación genética no son sino algunos ejemplos – como en el terreno de la política, con agudos interrogantes sobre, entre otros, los problemas de la utilidad o inutilidad de la democracia en la era de la “Globalización” económica o los nuevos intentos de conceptualizar la sociedad civil o la ciudadanía. En un momento de profundas modificaciones de los referentes simbólicos y conceptuales acerca de las características,posibilidades y responsabilidades de la acción humana, es cada vez más frecuente oír hablar
de nuevos paradigmas y nuevos escenarios, por ejemplo, en el campo de las organizaciones públicas, o nuevos escenarios económicos - políticos y sus dificultades en los niveles macro y macroeconómicos y sus repercusiones en la función pública.
Preguntarse: ¿Qué política para la era actual? ¿qué economía para la sociedad
contemporánea? ¿qué organizaciones públicas para el ciudadano y la promoción de la vida?, es adentrarse en aspectos significativos del debate actual sobre la búsqueda de una nueva racionalidad ética para la humanidad. Sin duda, se trata de preguntas que poseen un interés que va mucho más allá del ámbito teórico y que evidencian una urgencia y una importancia derivadas de la percepción del límite, de la experiencia – cada vez más generalizada, al menos entre quienes tienen acceso a niveles aceptables de información – del sentido de una limitación: que obliga a repensar la función pública desde sus posibilidades reales y desde nuevos objetivos orientados a una gestión humana de las organizaciones públicas.

EL ESTATUTO DE UNA ETICA PARA EL DESARROLLO.
Los desafíos que plantean a la ética los problemas actuales del desarrollo han dado
lugar a la realización de no pocas reuniones especializadas o secciones en congresos y foros internacionales de ética en los últimos años. Esta preocupación ha tenido especial interés en algunos países latinoamericanos, donde tales reuniones (como la de Caracas, Febrero 2001 y Buenos Aires, Septiembre 2002 ) han reunido a valiosos expertos de varios continentes en la profundización de aspectos teóricos y prácticos (B. Kliksberg, 2001-2002) de la ética de las organizaciones públicas y privadas, de las responsabilidades éticas de los actores sociales (medios de comunicación, empresarios, economistas, universidades, iglesia) y de experiencias, consideradas de avanzada en la región, en materia educativa, de gestión social y de desarrollo social, entre otras.
En varios de estos encuentros internacionales ha sido discutida, como herramienta
hermenéutica, una “Etica para el Desarrollo” (EpD), expresión que ha sido definida como la parte de la reflexión ética que busca orientar los procesos de desarrollo de los pueblos (E. Martínez Navarro, 2000). En esta definición se encuentra implícito que la meta del desarrollo es “el desideratum ético que se propone como fin específico que ha de orientar los esfuerzos de las personas y las instituciones, así como las relaciones de los pueblos entre sí”. (Martínez Navarro, 2000, 23).
Se trata, en la Etica para el desarrollo, de un ámbito de la Etica Aplicada, si se admite que la Etica es el discurso general acerca de lo bueno, lo justo, lo deseable, lo correcto, y que la Etica Aplicada es el discurso específico que trata de establecer los principios, valores y orientaciones que conviven a un ámbito de acción determinado (cómo la ética de la función pública, la ética educativa, la ética empresarial, la ética periodística o la ética para el desarrollo). (Martínez Navarro, 2000). Como lo han mostrado los trabajos de Cortina y Martínez, en las éticas aplicadas convergen principios éticos generales, que trazan el marco
de convivencia y cooperación sobre el que se apoya la sociedad en su conjunto, y principios éticos específicos, que los protagonistas y afectados de cada ámbito proponen en su práctica histórica (Cortina y Martínez, 1996, Martínez Navarro, 2000).
El campo difícil y complejo de las tareas del desarrollo de los pueblos y los agentes
involucrados en dichas tareas, necesitan del aporte de la Etica para el desarrollo, que intenta dar respuesta a problemas y desafíos en ese campo. Los agentes del desarrollo, ciudadanos, grupos, organizaciones e instituciones comprometidos con tareas de desarrollo, por muchos años han seguido sus propias convicciones particulares, prácticamente sin entrar en diálogo y sin contar con apoyo reflexivo. Hoy, en cambio, la reflexión ética en relación con el desarrollo ha iniciado una tarea de aclaración de conceptos, delimitación de criterios, descubrir supuestas y contribuir al análisis y al discernimiento.

lunedì 19 ottobre 2009

TOLERANCIA ÉTICA DEL CONOCIMIENTO INNOVADOR COMO UNA PERSPECTIVA DE LA INVESTIGACIÓN CIENTÍFICA ACADÉMICA.(*)

(*) Ensayo de las profesoras OJEDA, Juana C., MACHADO Ineida y LOPEZ Joaneli (Universidad del Zulia, Maracaibo - Venezuela)

RESUMEN
La contemporaneidad considera al conocimiento innovador una empresa en la que se gesta el futuro tecnológico de una sociedad; entendiendo que la misma está impregnada en un sin fin de valores humanos; por lo tanto se hace imperativo que responda a las demandas sociales, tecnológicas y culturales. Todo ello implica la aceptación de una conducta ética tolerante entre los miembros de una comunidad científica. Conociendo que la tolerancia es una delicada virtud que, para alejar los fantasmas que la convertirían en un peligro para la investigación científica, necesariamente debe ser entendida como parte del desarrollo gradual del principio de libertad investigativa. En este sentido, el trabajo se propuso como objetivo general; estudiar la tolerancia ética del conocimiento innovador como una perspectiva de la investigación científica académica a partir de los fundamentos éticos de la tolerancia del conocimiento innovador en espacios académicos en la que se llevan a cabo procesos de investigación científica.


El ejercicio de la tolerancia es un problema tan viejo como la filosofía misma. Ya en la antigua Grecia, los grandes pensadores tuvieron que lidiar de una forma o de otra con ella. Actualmente, en su intento por ascender desde las cavernas hasta nuestra realidad, debe enfrentarse para lograr el reconocimiento de la dignidad de la persona humana y su autonomía como un nuevo valor desarrollado por la sociedad contemporánea. Al mismo tiempo es de destacar que, en nuestra época la sociedad en general, las instituciones, las religiones y los hombres, viven en la doxa, con creencias fuertemente arraigadas pero no justificadas racionalmente. El intento teórico de someterla a la crítica racional y reemplazarla por la epísteme se percibió entonces y se sigue percibiendo aun hoy como una amenaza a la permanencia de las instituciones y de las costumbres establecidas.
Actualmente, la contemporaneidad considera al conocimiento innovador como una empresa en la que se gesta el futuro tecnológico de una sociedad que está impregnada por un sin fin de valores humanos; por lo tanto, se hace imperativo que ésta responda a las diversas demandas: científicas, tecnológicas, económicas y también culturales. Entendiendo que la tolerancia es una delicada virtud que, para alejar los fantasmas que la convertirían en un peligro para la sociedad, necesariamente ha debido ser reconocida como parte de un proceso histórico que ha conducido a un desarrollo gradual del principio de la libertad humana, es de señalar que la misma ha seguido un desarrollo cíclico y no lineal. Es más, aunque es una opinión bastante aceptada ya entre los historiadores del mundo moderno, no podemos decir sin ciertas reservas que la tolerancia es de hecho una de las cartas de presentación de la modernidad.
Diversas paradojas y contradicciones caracterizan el mundo moderno. Por ejemplo, a nadie escapa la deplorable situación de inestabilidad política y religiosa que padecen hoy algunos países de Asia, o los problemas de desigualdad y degradación de sectores de la población en países que profesan la religión musulmana; situaciones como las planteadas, han creado la necesidad de una tolerancia en aumento ante un mundo que se achica cada vez mas. Si consideramos su progreso teórico, es posible considerar la tolerancia como uno de los valores fundamentales de los distintos tratados internacionales, como es el caso de Alemania unificada y de significativos acuerdos por la paz y la autodeterminación de los pueblos.
Sin embargo, para entender este aumento, habría que deslindar entre tolerar y soportar. Todos tenemos que soportar muchas cosas que preferimos eliminar. A todos nos gustaría librarnos del envejecimiento y de la enfermedad, de .los ruidos y de la contaminación ambiental, para solo mencionar unas pocas cosas. Estamos obligados a aceptar las limitaciones naturales, insuperables para nosotros. La naturaleza no es tolerante. Pero sí, el hombre es el culpable de las lacras, el hombre puede evitarlas o corregirlas, siempre que la corrección no llegue demasiado tarde. Por ejemplo, sería una irresponsabilidad por parte de las autoridades sanitarias el “tolerar” la falta de higiene en las cocinas de los restaurantes. También, por ejemplo, un gobierno católico, puede mostrarse tolerante o intolerante para la minoría protestante. La diversidad de formas de vida, de características físicas y de comportamientos de las minorías suele inducir a miembros de la mayoría a actitudes de intolerancia. Al mismo tiempo, la intensificación del tránsito mundial y la paulatina unificación de Europa, así como la inmigración de individuos extraeuropeos, han multiplicado los contactos entre miembros de las culturas más diversas. Pero la “sociedad multicultural” continúa siendo, en casi todas partes, una meta lejana. En una sociedad así, la recíproca tolerancia entre hombres diferentes sería algo natural. Por el momento, sólo podemos ir desmontando, poco a poco, la intolerancia y difundiendo la tolerancia. Cuanto más débil es el sentimiento de la propia identidad cultural, cuanto más débil es, en general, la conciencia del propio valor, tanto mayor es la tentación de caer en la intolerancia.
De allí que, se podría señalar a la tolerancia como aquella que tiene como condición la conciencia de la propia identidad y un sentido realista del propio valor. Solo quien está seguro de su identidad cultural y la reconoce como accidental y, sin embargo, dada, está en condiciones de aceptar como legítimo todo lo extraño y diferente. No puede sorprender que las personas inseguras de su identidad cultural o nacional muestren tendencias a la intolerancia. Marcuse, citado por Fetscher (1999), indica que la condición para que la tolerancia sea “liberadora” es la formación de todos los individuos para que lleguen a ser ciudadanos con igualdad de derechos, con criterios políticos y éticos independientes. Pues, la libertad de pensamiento y de creencias es insuficiente, si al ciudadano no le está permitido expresar sus ideas, tanto en forma oral como escrita, y discutirlas con otro. En este sentido, Tejedor(2006), señala la necesidad de una tolerancia más amplia. Al hacerlo, ofrece argumentos convincentes al demostrar los daños causados por la intolerancia tanto a la comunidad política, como a la religión y a las ciencias.
Esta ultima, encuentra sus argumentos en las comunidades científicas, en las que hay que calificar a la tolerancia de “pequeña virtud”, no porque se considere insignificante, sino porque depende de otras virtudes y condiciones institucionales propias del quehacer investigativo, sin las cuales perdería su valor. Bien entendida, la tolerancia no significa indiferencia hacia los demás, sino el reconocimiento de sus diferencias y de su derecho a ser diferentes; actitud determinante en la práctica del quehacer científico para con la sociedad, basado en el argumento democrático según el cual nadie, ni grupo ni individuos, está en posesión de la verdad ni está en condiciones de determinar qué es lo justo y lo injusto, lo bueno y lo malo.
Cabe aclarar que las comunidades científicas, en su afán de proporcionar bienestar a la sociedad, han de asumir conductas tolerantes para soportar situaciones indignas del hombre y un dominio inhumano y despectivo. La crítica a esas situaciones es perfectamente compatible con ella. Sin esa crítica, la tolerancia se convierte en imperdonable indiferencia respecto al destino del prójimo. La tolerancia del científico, no lo obliga, de ninguna manera, a callar sobre la persecución de los bahai en el Irán o a admitir que las adúlteras sean apedreadas según el derecho islámico. Aunque se tenga que resistir a cualquier forma de intervención violenta en los asuntos internos de un país soberano, no han de admitir algo inconciliable con la dignidad humana.
El reconocimiento de la dignidad de la persona humana y su autonomía, lleva, a la comunidad científica académica, a percibir en la actitud de la tolerancia un nuevo valor desarrollado por la sociedad contemporánea pluralista. Pero al margen de esta consideración moral, ésta se ha impuesto política y cívicamente como actitud necesaria derivada del fenómeno del pluralismo cultural que se ha venido extendiendo por la mayoría de los pueblos, obligando a la comunidad científica, particularmente la académica, a la generación de un conocimiento innovador, aceptado por todos los individuos, grupos sociales y pueblos , por muy diferentes que sean social, política, o religiosamente , entendiendo que el conocimiento innovador ha de estar adscrito a una tolerancia activa, en la que todos merecen igual respeto.
En este sentido, el valor de la tolerancia ética en el conocimiento innovador, ha de considerar entre estos, varios argumentos:
-Concebir al ser humano como persona; en tanto que todo ser humano, por cuanto es persona, merece reconocimiento y respeto; al mismo tiempo, tiene dignidad, lo cual implica que ninguna comunidad científica a partir de sus conocimientos, descubrimientos y aportes, puede someterlo, forzarlo ni obligarlo a pensar o a creer en contra de sus propias convicciones.
- Contemplar la correspondencia de complementariedad entre el valor de la igualdad y el de la diferencia. Igualdad de naturaleza y diferencia en cuanto individuos, pues cada uno es singular, distinto en su personalidad, en su forma de pensar y de actuar.
- Reconocer la alteridad; es decir, la existencia de el “otro” como un yo diferente a mi propio yo. Lo mismo con un yo ampliado que es el “nosotros”: en el que frente a él siempre existe un “los otros”. Frente a su comunidad científica existen otras comunidades científicas. En tanto que, si todas las comunidades científicas fuesen idénticas como objetos repetidos, no sería necesaria la tolerancia ética en el conocimiento innovador, porque no habría posibilidad de confrontación.
Por otro lado, es de señalar algunos aspectos éticos del conocimiento innovador ante el uso de la realidad virtual, en la que el científico ha de acceder a los avances tecnológicos de punta, para así responder a las exigencias de los países desarrollados del mundo:
1.-el desarrollo vertiginoso de la ciencia y la tecnología en la última mitad del siglo XX, ha influido en todas aéreas del saber, en los centros donde se imparte conocimiento y en la forma como se trasmite el mismo. Han sido tan rápidos los cambios y descubrimientos que apenas se está pensando y analizando uno desde el punto de vista filosófico, cuando ya han ocurrido otros tantos.
2.-La universidad, como centro de análisis e investigación, discusión y trasmisión del saber, está quizás a la zaga, por lo menos en cuanto a los aspectos tecnológicos. En el caso particular de las universidades latinoamericanas, se importa un tipo de tecnología, y cuando la va a aplicar ya existe otra generación que la sustituye. Problema, que viene dado por el sistema político, económico, la cultura, la idiosincrasia y la inversión en investigación. Es bien sabido que los países desarrollados invierten mucho más en investigación académica que los nuestros, no sólo hablando en lo económico sino desde el punto de vista de políticas de Estado.
3.-La realidad virtual, como herramienta de investigación es excelente; pero, su utilización debe quedar subordinada a aspectos éticos considerados fundamentales por una comunidad científica académica. En primer lugar, sus objetos de estudios deben estar en correspondencia a las necesidades de la sociedad, luego es una necesidad tangible. La realidad virtual es tangible, pero es una simulación, por lo que si se sustituye a la sociedad por elementos virtuales, estaríamos distorsionando la realidad; es decir, se podría contribuir consciente o inconscientemente a la deshumanizacion de la acción investigativa.
4.- el uso de la realidad virtual como única herramienta investigativa, podría traer consecuencias negativas, como es la ausencia del trabajo en equipo, que es fundamental en la creación del conocimiento innovador. Tal situación puede presentarse, debido a que la realidad virtual es asocial; el investigador manipula un ordenador y solo él trabaja los aspectos de su interés, no hay intercambio ni comunicación directa con los demás del equipo investigador. Siendo así, habría que considerar que el uso de elementos de multimedia podría ser rutinario en una comunidad científica, pero debe ser analizado, comentado y complementado con actividades humanizadoras, para garantizar la sensibilización y sincera comunicación, de manera tal, que impida el restringimiento de la libertad y limite el progreso. La acción de investigar no se puede limitar a generar conocimientos, ella ha de ir mucho más allá, es generar conciencia de humanidad, es mostrar al ser humano en su plenitud y por tanto, sembrar la convicción de autodeterminación, autonomía y libertad, para los miembros de una comunidad social.
5.- Otro inconveniente que presenta el mundo virtual en la investigación, es su exclusión del derecho: las acciones realizadas no generan consecuencias que impliquen asumir responsabilidades; si se trata, por ejemplo, del entrenamiento en un procedimiento quirúrgico, cualquier equivocación que se traduzca en una lesión orgánica no traerá ninguna consecuencia ya que se trata de una simulación. No importa cometer errores; al no haber responsabilidad ante terceros, se podrían cometer infinitos errores. Ello, avalaría la aceptación de darle solo peso al error humano y no al producido por la máquina, lo que hace tolerable la impunidad del mundo virtual, invitando a sr analizada y evaluada para lograr el equilibrio sano que permita aprovechar sus ventajas y minimizar sus efectos deshumanizantes.
Los aspectos éticos expuestos ante el uso de la realidad virtual, específicamente en la generación de un conocimiento innovador, han de considerar la tolerancia ética, aun mas en estos tiempos postmodernos en los que hay quienes afirman que todo está permitido. La ciencia debe pasar del pragmatismo subyacente a un humanismo liberador. La comunidad científica ha de lograr que la máquina sirva al hombre sin que éste pierda su verdadera dimensión.
Posición ésta, que hace necesario concebir, en el campo de la investigación, las razones pragmáticas y morales de la tolerancia. Si hoy se habla de tener tolerancia como una virtud pública, es porque hay algo que no va bien. Al respecto, Sabada (1975), afirma que el año 1995, fue declarado por la UNESCO como año internacional de la tolerancia; a partir de este momento, se ha ido configurando una serie de retórica con respecto a su conceptualización en todos los niveles de la sociedad. Su puesta en práctica se ha erigido como una norma básica de dirección del hacer investigativo académico y, en forma bien marcada, específicamente en el ámbito académico, el incremento que se ha producido en la publicación de trabajos, libros y artículos no responde a la casualidad o a mera moda.( Tejedor, Bonete, 2006).
Por otra parte, se indica una observación de mucho más fondo: la tolerancia no es un valor, al que se tiene que apelar siempre y en cualquier circunstancia. Es de notar, que cuando el ser humano hace uso de ella, históricamente, ha sido porque responde a un reclamo en busca de la solución a ciertos problemas que preocupaban a la sociedad. Todo ello, ha contribuido en nuestras sociedades, de forma extraordinaria a, la ciega confianza en la virtud de la tolerancia. Sin embargo, no es suficiente, tal como lo plantea Seone (1995), con una defensa de la tolerancia ante la supuesta imposibilidad de fundamentarla; es necesario justificarla, es decir, buscar los fundamentos que hacen de ella una verdadera virtud pública y a la vez configuran sus propios límites. Así pues, no sólo es trivial, sino que es indispensable y necesario que nos formulemos hoy la pregunta por las razones de la tolerancia, ya que la respuesta a tal pregunta deja de ser evidente.
Todo ello, en tanto que no tenemos claro por qué debemos tolerar en determinadas circunstancias, entre estas o los argumentos que se han dado para justificarla han sido de dos tipos las pragmáticas basadas en una concepción de la tolerancia como mal necesario, por el que hay que pasar con la finalidad de lograr una sociedad pacifica. (Warnock, 2001) y las de los argumentos morales, centrado en el valor de la autonomía y el respeto mutuo de las personas, fundamentales entre los miembros de las comunidades científicas. En esta segunda línea de argumentación, la tolerancia ya no es considerada como un mal necesario, sino como un bien en si mismo, y por lo tanto es una virtud moral. Cabe destacar que la separación de ambos argumentos no ha de concebirse como una dicotomía insuperable. En realidad, ambos tipos de razones se encuentran entrelazados y se pueden complementar, lo que justifica su estudio a partir de las composiciones de sus diferentes argumentos.
En atención a estos argumentos, en el campo de la investigación, las razones pragmáticas centradas en la búsqueda de una solución a ciertos problemas, han de considerar dentro de esta comunidad, para llegar a ser una comunidad investigativa pacífica, el desprendimiento de las creencias particulares que caracteriza a cada uno de sus miembros. Ahora bien, tradicionalmente se han manejado dos razones pragmáticas: la primera de ella, fundamentada en argumentos prudenciales y, por tanto, conciben la tolerancia como un requisito de prudencia; y en segundo lugar, aquellas que están basadas en la racionalidad y es por ello que la conciben como criterio de un buen uso de la razón. Como requisito de prudencia, cabe señalar la más remota en el tiempo, la del escepticismo, y otra más moderna proporcionada por el principio de neutralidad del Estado.
La primera de ellas (pragmáticas), se refiere al sustento metaético del pluralismo y por tanto también de la tolerancia, y la segunda, se refiere al principio de neutralidad del Estado, en la que el Estado debe velar por la preservación del pluralismo, puesto que la libertad de elegir el modo de vida que mejor nos venga a cada uno es la esencia del liberalismo. En este caso, la acción investigativa , está muy supeditada a las políticas institucionales del sistema de educación superior, alejada de las puesta en práctica de distintas concepciones del bien social, cercenando la capacidad de elección libre del investigador, lo que aleja la posibilidad de puesta en práctica de este principio , permitiendo afianzar una neutralidad ambigua del concepto y una exigencia imposible de satisfacer en la práctica.
Así por ejemplo, el caso interesante de un investigador musulmán de una universidad en Inglaterra que consideró que tenía derecho a ir a la mezquita los viernes por la mañana. El código del Islán prescribe que un hombre debe ir, si puede, a la mezquita el viernes. El investigador creyó tener derecho a ausentarse del quehacer investigativo el viernes para ir a un lugar de culto, tal y como dicta su religión. Además, la mezquita estaba razonablemente cerca de la Universidad por lo que su atractivo no aceptaría la excusa de que no era posible asistir a la mezquita; claramente era posible. Así lo hizo saber el investigador a la institución, y esta le negó el permiso. El investigador argumentó que los judíos están contentos porque tienen los sábados, los cristianos también lo están, porque tienen el domingo, ¿por qué no podía él, musulmán, tener su día libre para orar el viernes, tal y como lo dicta su religión? El caso fue llevado a los tribunales, pero el profesor musulmán lo perdió (Scarman, 2001). Estos ejemplos manifiestan algunas dificultades derivadas de la interpretación “neutralista” de la tolerancia. El investigador científico, tiene en realidad numerosos y variados modos de vida, en muchas ocasiones incompatibles entre sí, por lo que resulta imposible, simultáneamente, satisfacerlo en una comunidad científica, por tolerante que esta pretenda ser.
La segunda de ellas (morales), se ampara en valores o principios como la autonomía y el respeto a la dignidad de las personas, al considerar a la intolerancia moralmente incorrecta y no simplemente imprudente, como consecuencia de su fracaso a la hora de tratar a las personas como seres autónomos, autolegisladores, que merecen respeto. En este sentido, cabe destacar que, fundar a la tolerancia en principios morales como la autonomía o el respeto mutuo, deja de ser una mera solución a los problemas sociales o intelectuales; es algo mas. Vivimos hoy en un ‘multiuniverso” y no como un solo ‘universo”. Y por ello, la tolerancia no es un mal menor; no sólo es un método de convivencia, sino que es un deber moral que tiene sus raíces en la misma naturaleza del ser humano.
La defensa de la tolerancia ética, plantean Tejedor y Bonete (2006), tiene su fundamento en dos filósofos divergentes, tal es el caso de Stuart Mill y Kant, en la que coinciden en superar el pragmatismo de los primeros defensores de la tolerancia y en hacer de la autonomía del ser humano el principio moral sobre el que debe estar basada tan noble virtud.
En el caso de Mill, en defensa de la libertad, trata de abordar el problema de la tolerancia desde argumentos morales, concretamente desde la defensa de la libertad y la pluralidad de modos de vida. Considera la diversidad de modos de vida como un dato evidente e irrenunciable, pues no se trata de un principio regulativo de la convivencia, sino de una característica de la naturaleza humana. Para Kant, el principio de respeto mutuo, ha servido para ofrecer tanto una justificación como la imposición de los límites de la tolerancia y la libertad. Las acciones y decisiones han de inspirarse por la consideración de los agentes morales como “fines en sí”. Nuestra libertad está limitada por la exigencia de tratar a los demás como personas dignas y no como medios.
Es por ello que, la tolerancia del conocimiento innovador en espacios académicos, entre las personas que interactúan en el quehacer científico académico, ha de ser de carácter ético, pues son las razones morales esbozadas las que mejor dan cuenta del requerimiento de poner en práctica tal virtud.


A manera de conclusión
-La tolerancia es una delicada virtud que, necesariamente, debe ser entendida como parte del desarrollo gradual del principio de libertad investigativa. Este último garantizaría una investigación generadora de conocimiento innovador que defiende la igualdad de derechos, con criterios políticos y éticos independientes.
-La tolerancia ética constituye un valor fundamental de toda investigación científica académica. Por otro lado, ésta posee sus propios límites. Asimismo, se puede indicar que la práctica de la tolerancia en el conocimiento innovador, animada por un creciente proceso de debilitamiento de la moral investigativa, tiende a separarse de las demandas sociales, tecnológicas y culturales que las caracterizan.
-La realidad virtual, bien empleada, no es un obstáculo para profundizar los ideales humanizantes de la acción investigativa académica, pues lo exclusivo o excesivo de la realidad virtual, puede traer una implicación ética negativa como es el convertirse en factor coadyuvante a la deshhumanizacion de la investigación. Por ello ha de ser utilizada como una alternativa complementaria.
-Las razones pragmáticas de la tolerancia, fundamentadas en la prudencia y la racionalidad, pero en muchos casos alejadas de la práctica de distintas concepciones del bien social, cercenan la capacidad de elección libre del investigador, permitiendo afianzar una neutralidad ambigua del concepto y una exigencia imposible de satisfacer en la práctica.
- Las razones morales, amparadas en los valores de autonomía y respecto de la dignidad de las personas, son una virtud cuando es considerada un bien en sí mismo, que en el caso particular del sujeto investigador, no solo es un solucionador de problemas intelectuales o sociales, sino un sujeto impregnado de principios morales con una actitud tolerante, apoyado en un deber moral que tienen sus raíces en su ser como humano.

Bibliografía
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Zambrano, A. Ética y realidad virtual en la enseñanza de la medicina. Universidad de los Andes. Publicaciones CODEPRE. Venezuela.2006





mercoledì 7 ottobre 2009

Responsabilidad social: principio fundamental de la investigaciòn cientìfica.(*)

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Ponencia presentada por Juana C. Ojeda, Ineida Machado Boscàn y Ernesto Salas Machado en el IX Corredor de las Ideas: "Enseñanzas del Bicentenario ante los desafíos globales de hoy: Repensando el cambio para Nuestra América" 23 - 24 - 25 de julio de 2008 en Asunción, Paraguay . Tambièn en http://www.corredordelasideas.org/v2/
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Discutir acerca de los valores en la responsabilidad social de la investigación científica, implica necesariamente hablar de la ética de la responsabilidad social, en tanto que la misma relaciona en su objeto de estudio las personas, las comunidades, las configuraciones histórico-culturales y el medio ambiente, mediante un amplio set de políticas, prácticas y programas integrados en la operación científico- investigativa.
Si nos planteamos el significado de la ética como la parte de la filosofía que trata del bien y del mal en los actos humanos, podemos decir que ésta surge de la teorización y la reflexión sobre la conducta moral, definiendo moral como el conjunto de principios y reglas que regulan la conducta y las relaciones humanas. La ética, por tanto, se caracteriza por su generalidad, estudiando la conducta humana en su totalidad, es decir, generalizando lo que es bueno o malo, correcto o incorrecto para cualquier tipo de moral. En el entorno de la investigación, también se plantean problemas de carácter moral que afectan a los individuos que se relacionan con ella, porque la conducta moral es propia de las relaciones sociales y la investigación es un lugar de encuentro entre individuos y grupos con distintos intereses, objetivos y concepciones de la acción ética. Para ello, se hace necesario aclarar su fundamentación teórica, a fin de poder establecer sus relaciones en un sentido integral que vaya más allá del reduccionismo o lo unidimensional.
Ahora bien, para ir mas allá de estas dos dimensiones, cabe entender a la ética como la moral pensada, reflexionada, como aquella que permite, desde el punto de vista filosófico, pasar del simple qué ( propio del preguntar de la moral: qué es bueno?, qué es malo?, qué es justo?, qué es correcto?, qué es incorrecto?, es decir lo vivido y lo corporal), al preguntarnos el por qué y al para qué; esta es una distinción filosóficamente necesaria , porque es usual y común confundir la moral con la ética.
Siendo así, entonces la ética tiene como objeto de estudio la moral. Es decir, la ética estudia la moral y la moral es el objeto de estudio de la ética.
Atendiendo lo propuesto, se hace necesario la claridad de esta terminología en búsqueda de su aplicación en el marco del cumplimiento de los principios fundamentales de justicia, gualdad, responsabilidad y libertad, si consideramos que en ella se conjugan elementos propios de un proceso de investigación científica social, actores con capacidad de razonar y saberes que han de utilizarse con validez ética; sólo así, es posible hablar de un ambiente Investigativo científico - social en la que predomina una capacidad volitiva en pro del bienestar colectivo.
Cuando se habla de una investigación científica social capaz de conjugar su responsabilidad con la sociedad, enmarcada en una conducta ética, es posible la interacción entre el intelecto emocional y la calidad humana, garantizando no sólo una actividad intra sino intersubjetiva de la investigación consona a las políticas sociales.
Por otro lado, habría que estudiar las políticas sociales de Estado, las gubernamentales,iniciativas privadas y experiencias de individualidades, organizaciones y comunidades en el campo de la investigación, y así lograr entender su pertinencia con la ética investigativa; para ello se hace necesario establecer las relaciones que han de mantenerse entre la investigación y el papel que desempeña en el investigador la valoración de su deología, actitud y propósito dentro del carácter aceptable o inaceptable de tales valoraciones en ó durante un proceso de investigación científica social.
A ello, habría que agregar, según Vázquez (2005:122), los estudios de temas éticos y sociales frente al avance del desarrollo tecnológico, manifiesto en el dominio específico que tengan de: la metodología utilizada, la responsabilidad del investigador basada en el conocimiento que poseen respecto a las consecuencias de su actuación, la necesidad de establecer de manera previa una estimación de los posibles impactos que tendrá el desarrollo tecnológico y la consideración de aquellos valores que son relevantes en una determinada aplicación para la calidad de vida, el uso del poder, los riesgos y responsabilidades, la propiedad intelectual, la privacidad, la equidad al acceso, la honestidad y el engaño.
Siendo así, habría que dar especial cuidado según Werner (2002:6), hasta dónde el hombre podría avanzar en su manipulación técnica como una de las cuestiones esenciales que remiten a la ética en el mundo contemporáneo; cuestión que en primer lugar lo afecta a él, al punto de implicar una redefinición de lo humano mismo.
Todo ello, exige del investigador un nivel crítico de profundización acerca de la vulnerabilidad ético-social que determina cambios conductuales en quienes, muchas veces y por diversas causas, pierden el control volitivo de la racionalidad y razonalidad, provocando humillación física, psicológica y moral junto a xenofobia, clasismo y exclusión que pueden comprometer hasta la vida de los humanos, sin considerar que la humillación deshumaniza a quien la padece. No hay hombre o mujer bastante bueno (a) para ser amo de otro. Por todo ello, es importante señalar que, uno de los retos más importantes del investigador es mantenerse humano en condiciones inhumanas (aunque legales); siempre es posible elegir ser humano, siempre es posible ser ético (Cortina, 2004:67). De ahí que todas las estructuras e intervenciones que nos dicen que tal opción es impensable son siempre contingentes y reaccionarias.
El hecho fundamental al que sirven y del que dependen todos los deberes éticos es el afán de una vida más digna y plena. La cuestión está en saber hasta qué punto los juicios y las decisiones del quehacer investigativo favorecen la vida, la vida buena, mi vida, nuestra vida. La cuestión es saber si el mundo de la responsabilidad social investigativa tiene realmente en cuenta las características de la vida, como el máximo de los principios, para responder en pro de ella.
Siendo así, todo acto de acción investigativa ha de estar enmarcada con principios tales como el de la responsabilidad o la igualdad, conceptos que sirven para definir las conductas socialmente aceptables, en las que se definen las acciones preferibles, indiferentes o evitables y que se utilizan para justificarlas y controlarlas. La desviación perversa de estos principios consiste en la imposición de valores que los miembros no reconocen como propios, manifiestos por ejemplo; en los casos de las cuestiones de discriminación sexual o racial, la obediencia debida, la contaminación ambiental, el cinismo en las prácticas sociales. Todo ello al sostener que los principios morales son universales, que tienen una validez intersubietiva, que los valores son absolutos, sin considerar el contexto o las consecuencias de su aplicación, ignorando las desigualdades sociales y culturales, o las diferencias de poder entre los miembros impidiendo el goce del principio de libertad entre ellos.
Lo propuesto lleva a considerar, entonces, que ha de hacerse investigación bajo la concepción del llamado relativismo moral, reconociendo los límites culturales y basados en las tradiciones, los usos y costumbres aceptados en un determinado lugar y momento histórico, solo así es posible garantizar una responsabilidad social en pro de las necesidades sociales. La desviación perversa de esta postura sería fundamentar la investigación en códigos morales según la conveniencia y necesidad de la comunidad científica. Por ejemplo, cuando se reprime en nombre del derecho o se censura para proteger la libertad de opinión. Lo vemos en los abusos del lenguaje con fines manipulativos en la construcción y el uso de elementos culturales tales como las historias, los ídolos, mitos y leyendas de una sociedad.
Por otro lado, subordinar la acción investigativa a un escepticismo de quienes niegan la conciencia moral como algo autónomo que permite valorar los actos como correctos o incorrectos, puede ser considerado como un hecho irracional. Así, por ejemplo, desconocer la congruencia de la sociedad para la cual se investiga, entre su sistema de valores y la misión social que cumple en lugares con propósitos tan diversos como un campo de refugiados, una escuela, un hospital psiquiátrico o una academia de ciencias, representa una desviación perversa para la sociedad.
En tal sentido, la ciencia como empresa colectiva, logra el equivalente de la objetividad a través de la intersubjetividad; ello implica que los científicos, con sus diferentes posturas subjetivas, pueden y deben llegar a los mismos resultados cuando emplean las técnicas y/o métodos aceptados, y ello ocurriría cuando cada uno de los investigadores, al momento de hacer investigación, deja a un lado sus valores e ideas personales. Dicho planteamiento, acuñado por Max Weber (2003:134), con la frase “socialización sin valores”, permite a las ciencias sociales, al igual como las otras, tener libertad de las trabas de los valores y así dar un aporte significativo a la sociedad. Es decir, que diferentes posiciones ideológicas deben coincidir en reconocer los resultados, lo que hace, cada vez más, a los estudiosos marxistas y neomarxistas argumentar que las ciencia y la acción social no pueden ni deben separarse, puesto que,
sería una irresponsabilidad reducirse a estudiar la sociedad y sus males sin comprometerse a hacerla mas humana.
Sin embargo, el mismo Weber, señala que la posición de la ciencia y los científicos parece estar intrínsecamente relacionada con la posición social de los científicos en una sociedad y momento determinado. Así, el alegato de Weber por la independencia y la neutralidad absolutas de los científicos frente a los políticos y su defensa de una distinción igualmente absoluta entre las cuestiones factuales y las normativas, puede interpretarse en relación con la posición “precaria” de las ciencias sociales , así por ejemplo en Alemania posterior a la primera guerra mundial, la proclamada "neutralidad política" de la ciencia fue el precio a pagar por los científicos para que los dejasen realizar su tarea lo más libremente posible. A ello, hay que agregar que ni la ciencia, ni los resultados de la investigación científica, son necesariamente neutrales, ya que por muy políticamente neutrales que puedan ser sus métodos de investigación, la neutralidad no gobierna necesariamente las decisiones respecto a qué
àreas deberían investigar los científicos o a sus relaciones con quienes financian la investigación.
Esta dependencia del científico a los poderes del siglo, a los regímenes y gobiernos instituidos, queda manifiesta en la posición de Einstein a la Academia Bávara en 1933, en la que señala; que entre sus razones para renunciar de la Academia Prusiana, no implican, necesariamente, la ruptura de sus relaciones con la Academia Bávara. Por lo tanto, si deseo que mi nombre sea borrado de la lista de sus miembros es por otras razones. El objetivo fundamental de una Academia es proteger y enriquecer la vida científica de un país. Que yo sepa, sin embargo, las sociedades instruidas de Alemania han permanecido pasivas y silenciosas mientras un gran número de científicos, de estudiosos y de académicos eran privados de su empleo y de sus medios de vida. No quiero pertenecer a una sociedad que asume esta postura, aunque sea bajo presión.
En este sentido, Thomas Kuhn (2005:78) afirmó que la cuestión de la responsabilidad de los científicos era incluso más compleja, ya que estaba claro que una variedad de mecanismos sociológicos "externos" influía sobre lo que se consideraba "buena investigación científica".
Al respecto, cabe señalar el valor de la responsabilidad social en la investigación con una perspectiva distinta, en la que un grupo de personas, con un extraordinario potencial de impacto en su entorno social, deben evitar colocar a la humanidad a la merced de las tecnologías que pueden afectar al propio curso de la historia de la especie. Por ello, el valor de la responsabilidad ha de exigir a la comunidad investigativa tener en cuenta siempre las consecuencias de las acciones, el reconocimiento de los límites del conocimiento, es decir, no hacer nada que pueda poner en riesgo la supervivencia humana.
Así por ejemplo, se puede señalar lo propuesto por uno de los representantes de los pueblos afrodescendientes venezolanos, Piñango (2007: 3), quien exigió en su intervención, titulada "Los otros indígenas: presencia de los pueblos afrodescendientes en la República Bolivariana de Venezuela", que se consoliden las políticas públicas dirigidas a eliminar por completo la discriminación racial que todavía sufre ese colectivo. Para ello, expreso "Somos iguales ante las leyes y las oportunidades, pero diversos y ricos" en manifestaciones culturales o sociales. Sin embargo, reconoció que el actual estado venezolano ya ha dado pasos para cambiar "ese mito de la igualdad racial en nuestro territorio que no existe", pero que han pasado más de 150 años desde que se abolió la esclavitud y todavía no se ha hecho justicia social.
Otros estudios, como el de Nuñez y otros (2005:95), en la que se estimo la discriminación étnica en el área urbana de Bolivia, se concluyo en su análisis desagregado por zona geográfica, que la discriminación en el Altiplano es poco relevante para explicar la brecha de ingresos, mientras que en la zona de los valles y del Llano la discriminación es más importante que las diferencias de productividad entre trabajadores y evidenció, por una parte, que las brechas de salarios entre grupos étnicos a menudo corresponden mayoritariamente a diferencias en dotaciones de capital humano entre dichos grupos y, por otra, que la discriminación laboral por origen étnico posee distinta intensidad en los distintos nichos de calificación y geográficos del mercado laboral.
Panoramas como los descritos anteriormente, dilemáticos y propios del seno investigativo, han propiciado una discusión de la denominada “crisis” de valores. Pareciera que la crisis está en todo y que todo está en crisis; aparentemente, en el campo de los valores morales seguimos apreciando las mismas cosas a pesar que los cambios sociales que se van produciendo hacen que no se puedan concebir del mismo modo.
Pensemos por ejemplo, en el cambio producido en valores como la ternura (que ya no se considera como una cualidad exclusivamente femenina). Así pues, este es el sentido en el que tenemos que entender la expresión “crisis de valores”, teniendo en cuenta también que se han incorporado valores nuevos al ámbito personal y social, y que otros han perdido vigencia, y que los procesos de la responsabilidad social de la investigación no escapan a ellos.
Cabe destacar, que ella demanda hacerse cargo de los efectos de las decisiones que la comunidad científica toma y les exige cumplir con los criterios globales acordados.
Por lo general, los investigadores han negado la intromisión de los valores, y su negativa se ha puesto en tela de juicio, dado que sus conclusiones casi siempre abren paso a la política práctica.
En tal sentido, ya no es posible concebir la crisis de valores entre una comunidad investigativa porque no exista compatibilidad de sus ideales, los que lleva a preguntarnos:
¿ es verdad que no hay nada común que podamos compartir todas las personas?
¿ hay valores morales apreciados y reconocidos por todos?
¿ es posible la convivencia entre personas que tiene distintos proyectos de vida?
¿ sólo es posible la coexistencia pacifica?
Para dar repuesta a estas preguntas, en el marco de la responsabilidad social de la investigación científica, habría que precisar:
1.-A la ética investigativa. Si no es posible la compatibilidad investigativa, es
decir que todos los investigadores compartan todo, parece que es necesario hablar de
algo más. ( podría estar entre las exigencias propias de los cambios sociales )
2.- Al pluralismo moral, lo cual es importante dentro de una comunidad científica, y dentro de esa pluralidad, el encontrar valores y normas comunes parece ser algo realista.
3.-Al proyecto individual de vida de cada investigador, sabiendo que cada uno
de ellos es diferente y en correspondencia a lo que individualmente creen que es bueno para ellos, pero son también ciudadanos que comparten unos mínimos éticos (lo que es justo), que son los que les permiten tener una base común para ir construyendo desde ellos, responsablemente un mundo mas humano, en la que es importante precisar cual es la ética investigativa minina y en que se diferencia de la ética personal de máximos.
4.-A la convicción de la ética investigativa, que lleva la experiencia propia y ajena, sin poseer elementos de imposición, y ello es posible si sólo existen auténticos investigadores.
Con estas posiciones, se pretende justificar racionalmente tres ideas investigativas básicas: la primera, refiere a que la acción investigativa esta hecha por personas que pueden o no compartir sus propios valores; de lo contrario no se haría porque no hay ninguna instancia ética, externa al sujeto investigador, que deba y pueda cumplir ese papel. La segunda convicción, es aceptar que dentro de estos valores se ha de considerar la construcción de un mundo mas humano a partir de la responsabilidad social que cumple la investigación. Y finalmente, nada de lo expuesto es posible si no existe entre los investigadores una verdadera voluntad de entendimiento. (Capacidad volitiva que sólo es posible en una conducta ética)
Esta voluntad de entendimiento, ha de ser aplicada a la investigación científica, pues ella, entre sus responsabilidades y ante las diferencias abismales que se observan de la acción científica investigativa, escasos argumentos se pueden hallar que justifiquen con decoro la labor de la responsabilidad social de la investigación.
Sin embargo, al prescindir de razones místicas y buscar las pragmáticas, tan frecuentemente utilizadas en el siglo XX e inicios del siglo XXI, se encuentra que ella comienza a demostrar su utilidad en numerosos campos: rehabilitación de presos, poder curativo, generación de empleo, eliminación de pobreza y de áreas marginales reconvertidas en focos de turismo y de cultura; desarrollo de múltiples tecnologías generadoras de nueva riqueza, deleite y uso útil del ocio, evolución de la filmografía de tipo ciencia-ficción, relajación de las tensiones, comprensión espiritual del adversario secular, eliminación de las tentaciones racistas o xenófobas, expulsión del etnocentrismo, revalorización de los ancianos y de la cultura propia, entre otros.
Ante tal utilidad, se puede afirmar que la responsabilidad social de la investigación permite que el investigador forje su carácter, y que así mejor sirva a la humanidad. Planteamiento este, que puede ser reforzado por la actitud de investigadores como la del biólogo estadounidense Jonathan Beckwith con respecto al premio que le otorgó la firma farmacéutica E. Lilly, quien sintió cierto escrúpulo de recibir este premio en dinero, al pensar que se trata de atribuir a un solo individuo un premio por un trabajo en el que han contribuido de forma importante numerosas personas, lo que ayuda a mantener una imagen inexacta de cómo se hace la ciencia.
Finalmente recibió el dinero para ayudar a una organización en la que tuviera la confianza de que realmente este trabajando para cambiar está sociedad y entrego el premio a la organización Black Panter Party, por considerar que está al servicio del bienestar de todos.
Asimismo, Montes (2000:78), señala que todo esfuerzo humano que se orienta hacia el bien general es encomiable. Pero para que ese suceso se produzca, se necesita antes el desarrollo de la persona individual. Por ello, dentro de las cualidades que han de forjar al investigador, se encuentran algunas virtudes entre las que se mencionan la humildad, la sobriedad y austeridad para servir responsablemente a la sociedad.
La humildad, para reconocer las limitaciones de nuestra propia inteligencia, y percibir el abismo de nuestra ignorancia; ésta proporciona sabiduría, porque reconoce las posibilidades, las carencias, los límites y las virtudes potenciales de la persona. El investigador ha de saber y distinguir con nitidez, cuáles son sus fortalezas, y sus oportunidades.
La sobriedad y la austeridad, vetan el paso de la envidia y de la ambición desmedida y enloquecida. Se trata de otorgar a la moderación y la sensatez un lugar relevante en nuestra conducta y manifestaciones. Con frecuencia, el sacrificio del investigador debe ser silencioso, sin afectaciones, sin demandar el reconocimiento, ni exigir premios.
Siendo así, toda investigación y todo investigador han de estar al servicio de la humanidad, presente y futura, como una vocación libremente elegida. No se trata de una graciosa concesión; es una obligación ética ineludible que nos demanda nuestra conciencia.
El servicio a la humanidad se entiende desde múltiples facetas; es descubrir el misterio de lo desconocido, es anunciar y divulgar el progreso material y espiritual a través de los múltiples e incesantes sacrificios de individuos y de pueblos durante siglos y milenios, es transmitir a las nuevas generaciones el esfuerzo y los resultados obtenidos.
En este sentido, la responsabilidad social de la investigación no puede estar de espalda a los problemas que se generan; en todo caso, es de su competencia determinar criterios de acción que permitan detectar los factores involucrados y la solución.
Por otra parte, los principios y las convicciones éticas, la utilización del fin como objetivo central del logro, y no el medio como tal, contribuirán a manejar los valores de la responsabilidad social en la investigación científica social e impedir la violación a los principios éticos. De hecho, cada una de las ciencias, tiene su código de ética que controla la conducta de sus investigadores, pero ello está sujeto a la capacidad volitiva del investigador para actuar éticamente. Lo único cierto es que todos estos códigos, afirma Shrader (2004: 256), coinciden en que no se deben hacer investigaciones que:
- Pongan en riesgo a las personas.
- Violen las normas del libre consentimiento informado.
- Conviertan los recursos públicos en ganancias privadas.
- Propicien la participación involuntaria.
- Irrespeten el anonimato y la confiabilidad.
Como puede apreciarse, estas consideraciones tienden a establecer normas que pueden ser ampliadas y desarrolladas por cada comunidad científica para evitar el descontrol, el vacío ético y el uso inadecuado de la investigación científica en detrimento de quienes pueden ser afectados de la comunidad en general.
Posición ésta que hace necesario el estudio de la práctica ética en los distintos saberes por los que transita el hombre para hacer ciencia y la caracterización de éste, en tanto persona, frente a la acción investigativa en la que toda investigación y todo investigador han de estar al servicio de la humanidad, presente y futura, como una vocación libremente elegida. No se trata de una graciosa concesión; es una obligación ética ineludible que nos demanda nuestra conciencia.
El servicio a la humanidad se entiende desde múltiples facetas. Es descubrir el misterio de lo desconocido. Es anunciar y divulgar el progreso material y espiritual a través de los múltiples e incesantes sacrificios de individuos y de pueblos durante siglos y milenios. Es transmitir a las nuevas generaciones el esfuerzo y los resultados obtenidos.
Este planteamiento, conduce a indicar que la investigación es una contribución social y humanitaria al progreso y desarrollo de nuestra especie y de nuestro planeta. La percepción de nuestra finitud e imprecisión, es básica. Somos, por definición, incompletos, incapaces e imperfectos, por muchos empeños y desvelos que aportemos.
Hay márgenes amplísimos por explorar y por explotar con espíritu sereno y equilibrado.
Así mismo, el investigador será consciente, por muchas vías que descubra y por miles interrogantes que desvele, que su aportación es minúscula, relativa, e incluso pasajera. Pero esa percepción de la finitud de nuestra vida y de los límites de nuestros conocimientos en una etapa de nuestro proceso evolutivo, es un excelente antídoto contra varias enfermedades casi mortales y extremadamente contagiosas como la vanagloria, la necedad y la angustia. Por otro lado, ser humildes y felices para conocer nuestros límites en un momento dado, es disfrutar de nuestros descubrimientos.
Evidentemente, la autocrítica sincera y severa es también una excelente aliada para situarse en una perspectiva no distorsionada, equilibrada de la aportación. Y si es preciso modificar las teorías que se han expuesto para corregir errores o interpretaciones diversas, hay que hacerlo con sencillez. Además, el investigador ha de esforzarse por mejorar cada vez más su estilo, conciso o barroco, aunque en principio sea preferible la sobriedad y la sencillez. En efecto, a la creciente perfección de estilo, habrá de añadir al investigador la capacidad para difundir las ideas y los conceptos, y siempre sin pecar de pedante o de oscurantista.
Hablar con elegancia constituye otra valla en la carrera de obstáculos por la que corre el investigador. Deberá, por tanto, adquirir algunas habilidades mínimas: claridad en la presentación, desarrollo coherente, y gestos agradables y serenos, y no por ello el investigador ha de ser un privilegiado dentro de la sociedad. El respeto que merece el investigador es el mismo (nunca más, pero tampoco menos) que se ha de conceder al campesino, al obrero, al empresario, al artista, al político, al deportista o al militar, pues todos juntos constituyen diferentes ángulos del escenarios de la laboriosidad humana.
Cabe destacar, que el investigador ha de recibir, y los debe reclamar, los estímulos necesarios e imprescindibles para desempeñar con dignidad su misión. Del mismo modo que los trabajadores disponen de herramientas adecuadas y técnicas avanzadas en las empresas que contratan sus servicios. No se ha de permitir, en ningún modo, que un buen investigador renuncie a sus tareas por falta de medios o de financiación. Sería un derroche imperdonable que ningún país puede consentirse y menos la humanidad.

A manera de conclusión.
La investigación es una contribución social y humanitaria al progreso y desarrollo de nuestra especie y de nuestro planeta. La percepción de nuestra finitud e imprecisión es básica. Somos, por definición, incompletos, incapaces e imperfectos, por muchos empeños y desvelos que aportemos. Hay márgenes amplísimos por explorar y por explotar con espíritu sereno y equilibrado, dada la diversidad de significados según la experiencia previa singular o colectiva y la inteligencia emocional asumida o transmitida de generación en generación.
Todo ello, lleva a afirmar que la opinión sobre los valores de la responsabilidad social de la investigación parece estar intrínsecamente relacionada con la posición social de los científicos en una sociedad y momento determinado, donde, la importancia capital de la ciencia en la sociedad del conocimiento los llevainevitablemente a que estén estrechamente ligados a la actividad económica y política, planteándose así la cuestión de su responsabilidad social.
Siendo así, ha de darse cada vez más importancia a la necesidad de tomar en consideración los puntos de vista mundiales, tal como lo señalan Apostel y Van der Veken, (1991:67), que los científicos deben ser capaces y estar dispuestos a situar su conocimiento fragmentario en un contexto más amplio, de modo que puedan adquirir una comprensión más clara de las implicaciones más amplias de su investigación y de las posibles alternativas. La actividad científica actualmente consta de islas concentradas de investigación entre las que hay escasa cooperación, o incluso poco interés. A corto plazo, este alto grado de especialización puede ser productivo, pero a largo plazo las distintas formas de disonancia cognitiva bloquearán probablemente cualquier desarrollo posterior del conocimiento.
Asimismo, la responsabilidad social le exige a la investigación, ubicar en un contexto de equipo la gestión y acción interdisciplinar del conocimiento; así por ejemplo: un neurólogo que trabaja en tecnología genética debe ser capaz de comparar sus puntos de vista con los de un especialista neonatólogo que, a su vez, debe poder contrastarlos con un pediatra, el cual deberá obtener las opiniones de psicólogos y sociólogos. O la gestión del conocimiento se convierte en una especialización por sí misma, o necesitamos optar por la cooperación interdisciplinar.
Sin embargo, solamente la segunda opción permitiría a los científicos involucrarse en las implicaciones sociales más amplias de sus decisiones. Los científicos pueden tener una visión crítica de la sociedad sólo si son capaces de tener una visión crítica de su propio trabajo científico y del papel y la función de su proyecto de investigación: es decir, no puede haber crítica de la sociedad sin: autocrítica, heteroevaluación, heterocrítica y sinergia entre la investigación-acción-transformación.
. Finalmente la responsabilidad social del científico se ha hecho patente con claridad en los problemas relativos a la destrucción y devastación que representan las guerras, particularmente con la presencia del arma mortal (la bomba atómica), que es una de las aplicaciones más importantes de toda la ciencia contemporánea. Pero aunque en la actualidad esta responsabilidad directa en las armas tecnológicas ya sean nucleares, biológicas o de otro tipo no ha desaparecido, sino que ha aumentado, la responsabilidad del científico se extiende en campos sociales más vastos, como son el equilibrio ecológico, la polución radiactiva de las aplicaciones atómicas llamadas “para la paz” que, según el informe Gofman (de la Comisión de Energía Atómica de USA), representa; 96.000 casos de cáncer y de leucemia cada año, el derroche energético y de materias primas llegándose a situaciones de crisis en muchas ocasiones, la inhumana urbanización de las grandes ciudades, la subalimentación de dos tercios de la humanidad en la que un tercio de ésta muere realmente de hambre y la contaminación informática a que están sometidos los individuos por medio del internet, radio,
televisión, telefonía celular y publicidad vial, entre otros. Todos estos desequilibrios están realizados con la aprobación de científicos que teóricamente organizan la producción, dirigen la industria y los medios de información y comunicación, sin dimensionar la desorientación de la ciencia respecto de los verdaderos problemas y la responsabilidad social que desde el quehacer científico se tiene al no denunciarse al menos esta peligrosa situación.

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martedì 6 ottobre 2009

La inteligencia ética en las organizaciones públicas (*)

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(*) El presente artìculo del Prof. Victor R. Martin Fiorino
ha sido presentado en Madrid en el marco del
IX Congreso Internacional del CLAD sobre la

Reforma del Estado y de la Administración Pública.
Madrid. España. Del 2 al 5 de Noviembre del 2004.
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En el siglo XX, junto a las grandes revoluciones científicas que protagonizaron la matemática y la física, de la mano de Albert Einstein a comienzos de siglo y la biología en el último tercio de éste, se produjeron decisivas transformaciones en el pensamiento social, en el modo de ver la imbricación entre el individuo en sus relaciones con la sociedad y con la especie y en la forma de pensar y llevar a la práctica nuevas formas de coexistencia que pudieran ayudar a construir formas más avanzadas de convivencia. No fue casual el hecho de que las matemáticas y la física provocaran la aparición y el desarrollo extraordinario de la informática y que la informática permitiera adentrarse asombrosamente en el conocimiento de la vida, tanto en las investigaciones biológicas como sobre los equilibrios vitales del ambiente y el origen cósmico de la vida. En la misma línea, el conocimiento cada vez más amplio y preciso de la vida, condujo a la discusión acerca de las conductas orientadas a la valorización, cuidado y preservación de la vida, tanto a nivel individual como social y ambiental, y de las instituciones y organizaciones aptas para ello.
El gran avance de los estudios sobre la vida, tanto en la investigación genética orientada a expandir la posibilidad de programar una reducción de patologías, como en el desarrollo de las técnicas capaces de aportar soluciones a problemas hasta entonces cerrados (transplantes, clonación, implantes altamente avanzados), avivaron significativamente la discusión acerca de la responsabilidad ética en la actuación tanto individual (especialmente los científicos, pero también los funcionarios encargados de autorizar y supervisar los nuevos procedimientos) como legal e institucional. (Necesidad de legislar sobre materias muy novedosas y complejas, responsabilidad del Estado en la orientación y control de la actuación de los actores involucrados en tales innovaciones).
El debate sobre la responsabilidad de los actores individuales y sociales en el manejo del poder derivado del conocimiento sobre la vida, tanto en los aspectos biológico-científicos como en los aspectos ambientales vinculados a políticas principalmente económicas, tuvo un fuerte impulso a partir de los años 70 del pasado siglo, cuando es abordado desde varias perspectivas convergentes, tales como los informes sobre los límites del crecimiento y los riesgos serios para la preservación de la vida en el planeta, las importantes discusiones sobre bioética y éticas aplicadas,(1) como la ética en la empresa y la ética ecológica, y la renovación del concepto de ética pública como ética de la responsabilidad (2), con el consecuente desarrollo de los diversos niveles de la ética pública como ética del gobierno, gerencia ética en ámbito público y código de ética de los funcionarios. (3)
El conocimiento como poder, la identificación entre ciencia y poder, ha sido uno de los presupuestos sobre los que se ha construido la actual civilización científico-técnica. No obstante ello, junto al despliegue de este formidable poder del conocimiento, no hubo una consecuente aplicación de este poder de intervención a la solución de los grandes problemas que desgarran a la humanidad: hambre y desnutrición, enfermedades erradicables pero en franco crecimiento, analfabetismo, desocupación, exclusión. Esta inadecuación entre poder y problemas reintroduce el tema de la responsabilidad y de los valores éticos en el abordaje de los problemas fundamentales, consecuencia de los cuales es la profundización y radicalización de la violencia y la ingobernabilidad. Poder- problemas- valores es un nuevo modo de manifestación del desafío de la inteligencia humana como inteligencia de la vida, como fuente de capacidades para elegir y construir el bien personal en armonía con el bien común (a una inteligencia de intervención, está sucediendo una inteligencia de integración).
Como lo señala L. Schvarstein (4) la necesidad de dar repuesta a los problemas profundos derivados de las necesidades básicas insatisfechas de amplios sectores de la población, aunado a la retracción del Estado de Bienestar, han revalorizado la noción de responsabilidad social de las organizaciones. En tal sentido, se puede entender el concepto de inteligencia social como la capacidad de generar y desarrollar las competencias necesarias para el ejercicio efectivo de la responsabilidad social en las organizaciones. De modo convergente a este enfoque, cabe señalar que la inteligencia puede ser definida como facultad de aprender, aprehender o comprender, o como capacidad de comprender y adaptarse; o bien, en un sentido más aplicado, como capacidad integrativa para resolver situaciones problemáticas nuevas, mediante la reestructuración de datos perceptivos(5). Si enfatizamos el aspecto integrador de la inteligencia, resulta valioso señalar, apoyándonos en la etimología latina de inter.-legere, que ella es lo que nos posibilita escoger entre una cosa y otra, escoger para decidir –no solamente optar-, con lo que n os abrimos al terreno del fundamento de nuestras decisiones, al terreno ético.
Una de las características definitivas de la inteligencia es la capacidad de hacer distinciones, hacer visible lo que no parece visible, estableciendo conexiones que muestran la complejidad de lo existente, complejidad frente a la cual –y formando parte de la misma- no perdemos nuestra capacidad de actuar, sino que, dentro del marco de provisionalidad de nuestras decisiones, decidimos y actuamos, intervenimos e integramos. La inteligencia, en el nivel individual y en las organizaciones, permite decidir en la incertidumbre. La inteligencia, así, se puede evaluar no sólo por la cantidad de incertidumbre que se es capaz de soportar (individuo u organización), sino por la calidad de las decisiones que se tornan en condición de incertidumbre.
No es posible, sin embargo, limitarse a concebir la inteligencia como capacidad fundada únicamente en el razonamiento lógico y enfocada exclusivamente en la resolución de problemas; esta perspectiva refleja una concepción racionalista y unicista de la inteligencia ha sido criticada por su carácter reductivo y contrastada por autores que, como H. Gardner (6) propone una concepción más amplia de la inteligencia asociada, como lo subraya L. Schvarstein (7), con el desempeño humano. La definición de la inteligencia expuesta por Gardner, quien la considera "un potencial biopsicológico para procesar información, que se puede activar en un marco cultural para resolver problemas o crear productos que tienen valor para una cultura" (8), permite afirmar que ella se expresa en cuanto inteligencia social, como competencia organizacional "orientada al cumplimiento de la responsabilidad social en un contexto que favorezca su ejercicio". En efecto, la relación entre contexto e individuo, entendida como la de organización-actor puede desembocar en que, "un individuo socialmente inteligente, pero en un contexto organizacional no orientado al cumplimiento de la responsabilidad social, la única forma que tendrá de desarrollar su potencialidad será como actor, actuando por propia elección, y no como personaje en cumplimiento de las demandas sociales de su rol".(9)
La noción de organización inteligente, asociada estrechamente a la de organización que aprende,(10) reúne un conjunto de competencias específicas (o inteligencias): comerciales, financieras, tecnológicas, operacionales, sociales. De estas últimas –las sociales- se deriva el potencial para el ejercicio de la responsabilidad social y, en tal sentido, la apertura al campo de una inteligencia integradora: la inteligencia ética, que apunta a integrar las competencias en torno al valor principal, entendido como vida de la organización (11). Una organización vital, que no es sobreviviente ni solamente viviente, se construye desde un conjunto de valores que han de regir su accionar y que, a través de las decisiones de gobierno de la organización, establece el proyecto de vida de la misma y determina las prioridades que irán siendo atendidas en el mediano y largo plazo. Todo ello da un nuevo sentido a la construcción de la plataforma ética de la organización, que replantea, en tiempo de transición y de incertidumbre, la misión, la visión, las estrategias, las políticas globales y los mecanismos capaces de asegurar su progresivo cumplimiento. La inteligencia ética, que implica aprendizaje permanente atento a los cambios en la vida de la cual la organización forma parte –no sólo de la vida de la organización-, se expresa en organizaciones de transición centradas en valores, que regulan las racionalidades política, económica y social de la organización.
Restituir los equilibrios, tanto hacia dentro, en lo que concierne a los integrantes de la organización y dirigida a la orientación de las decisiones y acciones de los mismos, a la autorregulación y a la solución de conflictos, como hacia fuera de la organización, en lo referido a la relación de ésta con la comunidad, con el ambiente y con el respeto a la diversidad de la vida en general; restituir los equilibrios es la tarea central de la inteligencia ética, a través de los mecanismos de construcción de eticidad. (12) La inteligencia ética, que se apoya en la teoría de las inteligencias múltiples y profundiza las propuestas de la inteligencia emocional en las organizaciones y de la inteligencia social en éstas, se nutre de la capacidad de cambio y aprendizaje (13) y de los mecanismo de trabajo en las organizaciones derivadas de las nociones de transculturalidad –como herramientas para recoger lo mejor de cada cultura, dentro de la organización y fuera de ella, para ir más allá de ellas en la construcción de lo nuevo que integra a la organización en la vida y el sentido- y de la transdisciplinariedad, que permite integrar y proyectar todas las competencias no solo a satisfacer las necesidades sociales básicas de las personas, dentro de la organización y en el ámbito de la comunidad, sino también a la creación de un compromiso social fundado en valores, que integra la responsabilidad social en un proyecto de vida compartida y valiosa.
Apuntar a la vida de la organización es, en primer término a construir su posibilidad de futuro, pero además, y principalmente, considerar la calidad de vida de la organización. En el ámbito de las organizaciones públicas ello implica replantear su plataforma ética, establecer nuevos parámetros para la construcción de eticidad con la participación activa de todos sus integrantes y mediante relaciones estrechas con los sectores productivos, educativos, culturales y de la sociedad civil, el establecimiento de redes para el aprendizaje ético en las organizaciones públicas y la incorporación progresiva a estándares internacionales. Los desafíos que plantea el desarrollo de la inteligencia ética en las organizaciones públicas incorporan un cambio significativo en las relaciones entre prestatarios, prestadores y participes, transformaciones en el liderazgo, nuevos programas de formación ética permanente y, en definitiva, el replanteamiento de la ética de gobierno, de la gestión ética en el ámbito público y de los códigos éticos de los funcionarios públicos.
Los problemas que discute la ética en el campo de las organizaciones se nutren de los conflictos morales reales vividos por los actores que las integran, conflictos tanto internos como también en las relaciones con la sociedad. Estos conflictos son inevitables en la medida en que en las organizaciones existe un permanente proceso, explícito o implícito, de ajuste entre ideas y creencias lo cual es parte constitutiva de la dinámica de las mismas. Las tareas de construcción de eticidad tienen por objeto fortalecer a los agentes morales que actúan en las organizaciones, que deciden en el marco de tales conflictos. Una vía que puede conducir a organizaciones diferentes en el ámbito público se apoya en el desarrollo gradual de la capacidad de elegir a partir de una reflexión valorativa acerca de lo que en común se considera un bien, contando con todos los recursos emocionales e intelectuales de la mente humana.
La inteligencia ética es habilitada por la imaginación moral, la cual es capaz de crear posibilidades inéditas de actuación orientada a la integración y a la congruencia de las conductas. En efecto, la inteligencia ética se refiere a la vida moral de las organizaciones, centrada en las personas que la componen, y en dicha vida moral quedan incluidas la reflexión moral (su formación, las influencias que recibe, sus avances), las experiencias morales (el trabajo en equipo, el liderazgo, la comunicación organizacional) y la conducta moral (el modo de obrar convencido de irresponsable). Así, la inteligencia ética puede ser considerada inteligencia de la vida, en el sentido en que permite y orienta el desarrollo del proyecto de la organización, al tiempo que lo hace compatible con otros proyectos convergentes.
La particular constitución de las leyes morales y su acción sobre la conducta de las personas que forman parte de una organización del ámbito público conduce, en no pocas ocasiones, a situaciones paradójicas en el seno de la misma. Por una parte, cada sujeto humano está llamado a reconocer la obligatoriedad de la ley moral y, por otra parte, como acertadamente lo señala A. Cortina(14), "resulta sumamente difícil reconocer personalmente esa obligatoriedad en sociedades desmoralizadas, en las que las leyes morales son objeto de general desprecio". Este tipo de situaciones son vividas de un modo particularmente relevante por las personas que forman parte de las organizaciones públicas. En efecto, se trata de individuos descontextualizados en organizaciones que no se interesan por promover desde ningún punto de vista – ni emocional, ni congnitivo, ni valorativo – la construcción de una trama de valores compartidos capaz de, al mismo tiempo, actuar hacia dentro para modificar creencias que se profesan antes de ingresar o al margen de la organización, y hacia fuera, mediante iniciativas orientadas a proyectar propuestas de transformación de las creencias generalizadas en la sociedad.
De este tipo de situaciones deriva una revalorización de la necesidad de programas permanentes de formación dirigidos a los miembros de la administración pública. Tales programas, centrados en el concepto integrador de una inteligencia ética capaz de impulsar la capacitación de personas concretas, con funciones específicas, en contextos determinados, a fin de promover desde niveles emocionales, congnitivos y valorativos mutuamente integrados, el saber elegir no en condiciones ideales sino en contextos reales.
Al desarrollo de la capacidad de saber elegir le han dedicado extensas y valiosas consideraciones Amartya Sen y Martha Nussbaum (15) en un importante trabajo sobre la calidad de vida. Formar para impulsar el ejercicio de la capacidad de elegir es tarea permanente en una organización que se proponga salir de una situación de supervivencia – caracterizada por la carencia de proyecto, completa dependencia de factores externos y ausencia de valores compartidos – para construirse como organización viva. Esta ultima puede ser caracterizada por tres grandes ejes teórico-prácticos: el eje de compatibilidad (entre actores internos, con la sociedad y con el ambiente), el eje de integración (capacidad de crear valores nuevos, dar continuidad a lo ya alcanzado en la organización y apertura a lo nuevo en la misma y en la sociedad) y el eje del compromiso social (que asume y profundiza la responsabilidad social de la organización en el sentido de ir más allá de leyes, reglas o códigos). Estos tres ejes consolidan iniciativas a favor de la vida de la organización, en todos los sentidos en los que ésta puede ser entendida y promueve estrategias para llevarlas a la práctica mediante acuerdos alcanzados de manera democrática y plural.
Los programas de formación orientados al desarrollo de la inteligencia ética en la organización apuntan a modificar a los miembros de la organización, a la organización misma y a la sociedad. En el marco de las organizaciones públicas, la persona que asume la tarea de comprobar si un principio ético puede o no convertirse en una ley moral para esa comunidad organizativa, "ni siquiera se preocupará por hacerlo si a lo largo del proceso de socialización no ha aprendido a valorar positivamente ese tipo de ley, si la sociedad en la que vive no se interesa públicamente por ella" (16). De ello se deriva el hecho de que, en ausencia de un proceso formativo continuo de construcción de eticidad, sea sumamente difícil desarrollar la capacidad de elegir y tomar decisiones según principios éticos vividos por cada persona en su ámbito interior, pero convertidos en ley moral con efecto orientador y obligante, en el marco de una sociedad "desmoralizada" según la expresión de Ortega y Gasset. Igualmente, como lo afirma A. Cortina (17), "en una sociedad en la que públicamente se dé por bueno que el interés egoísta es el único móvil verdaderamente racional de las conductas".
La inteligencia ética, fundada en la capacidad de dar congruencia a las actuaciones humanas en sus diversos contextos inclusivos se nutre de la fuerza pedagógica que acompaña a lo que socialmente es valorado de manera positiva y considerado como deseable, como un bien que hay que alcanzar de manera inteligente, a través de la acción de una comunidad que impulsa una moral de los ciudadanos (18). La experiencia frecuente indica que uno de los mayores obstáculos a este esfuerzo pedagógico lo constituye el hecho de que, en muchos casos, las ideas no concuerdan con las creencias. Las ideas acerca del valor de los principios éticos para la toma de decisiones en el ámbito público y las creencias sobre el interés egoísta que mueve las conductas se contraponen. Una vía que puede significar la salida de esta situación de desajuste conduce a dos niveles de decisión: primero, a resaltar, de modo integrador y convergente, la común referencia de ideas y creencias a ciertos valores que les sirven de apoyo. En un esfuerzo crítico de congruencia es posible demostrar que algunos de los valores a los que remiten ciertas ideas o creencias, no son tales, o lo fueron solo en el pasado pero no se ajustan hoy a lo que socialmente es valorado de manera positiva y deseable por una comunidad. En otros casos, son valoraciones secundarias que pueden ser incluidas en otras más profundas y abarcadoras, estrechando las divergencias entre ideas y creencias.
El esfuerzo de acercamiento entre ideas y creencias supone un proceso de desmontaje progresivo de barreras conductuales que operan en la relación entre los miembros de las organizaciones públicas y entre estos y la sociedad. Asimismo, en un segundo nivel, el proceso de ir ajustando creencias a ideas – proceso clave para posibilitar cambios culturales y, en particular, de la cultura organizacional en ámbito público – requiere, retomando la inspiración de E. Kant (19) ir creando las condiciones para una "sociedad civil ética" es decir para comunidades éticas concretas que se proyectan de modo universalizador y abierto. Ambos momentos, la convergencia en torno a lo socialmente considerado como bien a ser alcanzado mediante ideas y creencias, y la creación de comunidades éticas concretas, tienen como hilo conductor el desarrollo de la inteligencia ética.
La realización de talleres y otras actividades para el desarrollo de la inteligencia ética en las organizaciones que venimos desarrollando en varios programas de postgrado en Venezuela, en ámbitos de la ciencia política, la gerencia y la educación, abre una importante vía de enriquecimiento y proyección a través de programas de formación y capacitación en los cuales convergen administración pública, universidad, sectores empresariales y sociedad civil.
La inteligencia ética como dimensión integradora del proyecto de vida de la organización, contribuye a orientar el desarrollo de la competencia para saber elegir. Saber elegir en relación con las diferentes posibilidades de actuación concertada entre actores internos de la organización, entre miembros de todos los grupos de interés vinculados a la organización, entre actores gubernamentales, sociales, empresariales, educativos, culturales. Saber elegir la calidad de vida de la organización. Las repercusiones del desarrollo de la inteligencia ética en las organizaciones públicas, a través de los procedimientos de construcción de eticidad, pueden introducir cambios fundamentales en la esfera pública y en el diseño e implementación de políticas socialmente compatibles, alternativas y humanizadoras.



NOTAS:
(1)López F., E. y Padín, F. (Eds.), (1997). Desafíos a la ética, Ciencia, tecnología, Sociedad. Madrid. Narcea.
(2) Martín, V. y Ferrer, J. (2002). Ética de la responsabilidad bajo la gestión pública. Revista Venezolana de Ciencias Política. Nº 22. Universidad de Los Andes. Mérida.
(3) Cortina A. (2000). Problemas de la ética pública y códigos éticos. Madrid. Universidad Complutense

(4) Schvarstein, L. (2003). La inteligencia social de las organizaciones. Paidós. Buenos Aires.
(5) G. Riberio, L. (2003). Inteligencia aplicada. Barcelona. Planeta.
(6) H. Gardner (1999). La inteligencia revisitada. Las inteligencias múltiples en el siglo XXI, Barcelona. Paídos
(7) L. Schvarstein, Op. Cit. Pág. 69
(8) H. Gardner, Op. cit. Pág. 261
(9) L. Schvarstein. Op. cit. Pág. 70

(10) G. Morgan (1986). Images of Organization, Newbury Park, Sage y P. Senge (1999). La quinta disciplina. Barcelona. Granica
(11) V. Martín (2004). La organización vital. Vida y supervivencia de las organizaciones. Ediluz. Maracaibo (en prensa).
(12) V. Martín (2004). Op. Cit. Pág. 86
(13) Coles, R. (1998). La inteligencia moral. Bogotá. Norma.

(14) A. Cortina (2001) "Comunidad Política y Comunidad Ética" en: Alianza y Contrato, Madrid, Trotta, p. 112
(15) A. Sen y M. Nussbaum (2001) La calidad de vida, México, F.C.E.

(16) A. Cortina (2001) "Comunidad Política…", cit. p. 112
(17) Idem, p. 113
(18) A. Cortina (1998) Hasta un pueblo de demonios. Ética Pública y Sociedad, Madrid, Taurus
(19) E. Kant (1989) Metafísica de las Costumbres, Madrid, Tecnos.


BIBLIOGRAFÍA:
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- Cortina, A. (1998) Hasta un pueblo de demonios. Ética Pública y Sociedad,
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- Sen, A. y Nussbaum, M. (2001) La calidad de vida, México, FCE.
- Senge, P. (1999) La quinta disciplina, Barcelona, Granica.






venerdì 2 ottobre 2009

Ética, educación y construcción de convivencia (*)

RESUMEN
El ámbito educativo constituye el espacio en el cual los seres humanos pueden responsabilizarse, comunicativamente, por la creación, gestión y aplicación valiosa del conocimiento. En este ámbito es donde, en la convergencia de múltiples actores sociales dispuestos a establecer acuerdos y llevarlos a la práctica, una sociedad puede conocer y conocerse así misma de modo crítico, valorar sus potencialidades, superar sus debilidades, cultivar sus capacidades y afirmar un proyecto de vida en común. Dicho proyecto, amplio, tolerante y plural, se constituye en una plataforma para construir y perfeccionar instituciones justas, a través de la formación de excelentes profesionales, ciudadanos comprometidos (Esteban Bara, F. 2004) y personas que se corresponsabilizan por la vida en todas sus dimensiones. En todos los niveles educativos y, en especial, en la Universidad, la responsabilidad es la de avanzar hacia la excelencia. Ello implica el avance significativo en la reflexión crítica sobre los fines para los cuales educar, en la determinación concertada de las estrategias adecuadas para alcanzar tales fines y en el desarrollo de acciones eficaces para su progresiva realización. La excelencia, como virtud, pertenece a la dimensión ética de la conducta humana, y abarca reflexión, estrategia y acción para la vida digna. Ella alcanza una importancia creciente en la actualidad dentro del campo educativo. Excelencia que significa trabajar por el mas alto nivel en los siguientes campos: Información actualizada y consolidada, conocimiento valido, legitimo y eficaz para la resolución de problemas, saber abierto, comprensivo e integrador, sabiduría capaz de elevar todos y cada uno de los niveles anteriores al pensamiento y realización de la vida buena (V. Martin, 2005). Educar no solo para conocer, sino principalmente para pensar. Pensar comunicativamente las finalidades de la acción humana y las mediaciones a través de las cuales se busca alcanzarlas.
Palabras Clave:
Ética, Educación, Convivencia.

Ética de la Responsabilidad
Desde una ética de la responsabilidad y una ética de las capacidades se articula el papel central de Universidad en la construcción de un tejido de valores compartidos y comunes. En ese marco, la Universidad en su conjunto -desde su alta gerencia hasta los investigadores, docentes, estudiantes y personal- puede capacitarse para avanzar al menos en tres niveles: En primer termino, superar la responsividad, como acción de únicamente responder a la obligación legal de vincularse con las necesidades de la sociedad; Desarrollar la responsabilidad, entendida como hacerse cargo de sus capacidades especificas para aportar soluciones a la vida social; y promover la responsabilización, en tanto capacidad, ejercida anticipadamente y de modo voluntario y acordado con los actores sociales, de rendir cuenta de su actuación y de las posibilidades de una vida mas humana.
Una acción educativa fundada en la responsabilidad ética puede hacer de la Universidad un lugar especial para promover el paso de una sociedad del conocimiento, fundada en el poder, el dominio y la eficacia, a una sociedad del saber, que oriente el conocimiento y la eficacia hacia el desarrollo de estrategias de inclusión, comprensión y equilibrio. De este modo el saber orienta la convivencia como régimen propio de la vida de las sociedades: Convivencia Intercultural, interétnica, interreligiosa y entre ideologías diferentes, para una sociedad plural y democrática. En medio de una realidad conflictiva, siempre es posible impulsar una educación centrada en los valores del respeto, la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza, para la construcción de una trama valorativa común que, sin reducirse a la supervivencia o a la coexistencia en cuanto niveles mínimos de socialidad, permita la convivencia en la diversidad (Cortina, 2005).

Ética y Convivencia
La construcción de convivencia es una tarea que se nutre de todos los niveles de la existencia humana, desde la corporeidad y la emocionalidad hasta la racionalidad y la espiritualidad. Sin ignorar la complejidad de dimensiones, la ética profundiza en el campo de la racionalidad, dentro del cual aspira a convertirse en el saber que guíe la acción humana. Para que los seres humanos actúen convergentemente de modo racional, es necesario que se preparen a través de una adecuada formación para formular, jerarquizar y ordenar de modo inteligente los valores, metas y objetivos que persigan en sus actuaciones a nivel personal, organizacional y social.
Las organizaciones en las que los seres humanos articulan su actuación para realizar tales valores y metas pueden construir un diseño inteligente que les permita realizar los bienes humanos comunes a través de las mediaciones del conocimiento, la política, la economía (A. Gómez Lobo, 2006). Tales bienes comunes abracan todos los equilibrios necesarios para la vida, desde la ecología hasta la intercultura, pasando por el acceso a los bienes mínimos, a la educación, a la salud y al respeto de los derechos humanos. Tales bienes comunes se articulan, a través de la ciudadanía social y la práctica de la solidaridad, en "el mosaico del bien común" (R. Petrella, 1997), que puede ser abordado en la educación en su doble dimensión de derecho para todos y respeto al contenido concreto para cada uno.
Entonces, con la mirada puesta en la realización de los bienes comunes que apuntan al bien común, las organizaciones educativas pueden desarrollar un proceso de construcción de eticidad, entendido como elaboración progresiva y convergente de un tejido de valores compartidos, por parte de un conjunto de actores intra y extra organizacionales, capaces de orientar el desarrollo de un proyecto de vida (organizacional y social) fundado en la decisión ética de construir valores comunes que apunten a un futuro valioso. Este proceso puede ser permanente en la organización, puesto que sostiene su supervivencia, en el sentido positivo de continuidad de la existencia, ayuda a construir la vida y avanza hacia la vida buena en interacción con el entorno social y ambiental.
En la construcción de eticidad la organización educativa está llamada a revisar y fortalecer, hacia adentro, los valores que se encuentran en su plataforma ética: -misión, visión, valores, código de ética- . De igual modo ella irradia, hacia fuera, -sociedad, entorno, ambiente-, sus convicciones y valores propuestos, se retroalimenta a través de canales de comunicación siempre abiertos y despliega, a través de iniciativas concretas, la invitación a compartir tales valores, a enriquecerlos, a aprender de la diferencia y a buscar la convergencia de perspectivas diversas.

Acuerdos y Normas en las Organizaciones
Desde una perspectiva ética, es posible considerar el funcionamiento equilibrado de una organización como un permanente esfuerzo por proponer, desarrollar y alcanzar niveles crecientes de acuerdos sobre los valores que la orientan y sobre las actuaciones concretas de la vida cotidiana de la misma, así como también en su relación con la sociedad. Tales acuerdos se construyen sobre la base de valores compartidos a través de una referencia explícita a un código de ética operativo y a mecanismos comunicativos construidos especialmente desde la hermenéutica de las posiciones divergentes. En la medida en que tales acuerdos contribuyan a generar, con mecanismos aceptados y no mediante la presión, conductas consideradas por el conjunto de la organización y por la sociedad como valiosas, se previenen y evitan un numero importante de conflictos y se abordan y eventualmente solucionan mejor, no pocos de ellos (Martín, 2003).
Mediante la construcción comunicativa de los acuerdos es posible alcanzar un nivel progresivamente mayor de involucramiento y compromiso de los actores internos y externos. Ello puede desembocar como consecuencia, en la obligatoriedad auto aceptada de respeto a los acuerdos y de su formulación con carácter de normas, que orientan la organización en su relación interna y con la sociedad.
La dimensión ética permite unir, de este modo, los niveles de orientación, autorregulación y regulación de la conducta de sus miembros. No cabe duda que las organizaciones educativas y en especial las Universidades viven actualmente momentos de necesaria revisión, actualización y mejoramiento de sus plataformas éticas, lo que se puede canalizar a través del dialogo fecundo con otros actores sociales.


Sobre la Gestión Ética
En las organizaciones educativas el nivel decisional de la gerencia conlleva la responsabilidad principal en la orientación de la actuación organizacional. La organización, entendida como la comunidad de personas orientada a una finalidad común, requiere de procesos de discusión, alineación valorativa, formulación de prioridades y asignación de recursos para el cumplimiento de la misión, la visión y los valores de su plataforma ética. Para superar el valor solo declarativo de la misma es determinante la actuación del decidor que es el gerente. El proceso de alineación de valores puede ser modelado y ajustado mediante una actuación gerencial que oriente la programación, identificación, preferencia y realización de las mejores alternativas de acción para alcanzar las metas trazadas. Al mismo tiempo ello hace posible adoptar y justificar de modo compartido las decisiones cotidianas relativas a los conflictos que se presentan en la organización.
Los mecanismos deliberativos previstos para la toma de dediciones en la gestión ética no desvaloriza en nada la actuación gerencial, sino que la sitúa en el marco de las tendencias gerenciales más avanzadas. Dicha actuación conlleva iniciativa y responsabilidad, al mismo tiempo que se apoya y genera acuerdos, consensos y equilibrios. La gestión ética (Foretica, 2005) implica "crear y mantener un clima laboral óptimo, en la que las persona que integran la organización se identifiquen con la misión, visión y valores de esta y participen en la consecución de los objetivos estratégicos de la organización".
La gestión ética implica un saber que integra las fases del conocer, valorar, preferir, actuar y evaluar, en un continuo movimiento en espiral ascendente, involucrando progresivamente nuevos actores. En el ámbito educativo ello implica que la gerencia velará y promoverá la calidad de los actores (directivos, investigadores, docentes), de los procesos (toma de decisiones, prioridades, recursos), en el marco del concepto actual de "calidad integrada". Al mismo tiempo la gerencia podrá involucrar y motivar al personal en el marco de la complejidad, riqueza y pluralidad de sus capacidades, competencias y posibilidades.


La gestión Ética en las Universidades
Múltiples orientaciones -epistemológicas, económicas, políticas, culturales- y múltiples exigencias y demandas atraviesan hoy el espacio de las organizaciones universitarias. Insertas, de modo importante, en el campo de la producción de conocimiento nuevo para dar res
puesta a nuevos problemas cada vez más complejos y urgentes. Ubicadas en la encrucijada del conocimiento productivo y del pensamiento crítico, están llamadas a señalar los límites dentro de los cuales se puede utilizar de modo legítimo el enorme poder del conocimiento tecno-científico y a prever y evitar la s consecuencias de su uso irresponsable. Orientadas, en cuanto a instituciones abiertas y deliberativas, a favorecer el trabajo en equipo y las relaciones de corresponsabilidad con otros actores, como empresas y gobierno, en la gestión y aplicación del conocimiento.
A través de la gestión ética las organizaciones universitarias están llamadas a evitar que el conocimiento se convierta en instrumento de poder de sectores económicos o ideológicos, subordinado a una visión simplificadora y reductiva. Por el contrario, el conocimiento puede orientarse a mejorar la calidad de vida para todos, por medio de la resolución de problemas, la formulación de explicaciones que orienten a la sociedad y el aporte para dar sentido al uso de la tecnociencia en relación con la dignidad de la vida.
Resulta clara la significación moral de la actuación universitaria, caracterizada como conciencia de la sociedad. Ella incide en la sociedad, en las expectativas y en la defensa de los derechos, en la promoción de criterios y normas sociales valiosas para la convivencia, en la condición de agentes críticos de sus integrantes, docentes, investigadores, estudiantes. Profesionales, empresarios, artistas, gobiernos, se relacionan entre si gracias a iniciativas universitarias. Igualmente, situaciones conflictivas de la sociedad pueden recibir una importante orientación -técnica, científica y ética- de las universidades a través del abordaje racional y comunicativo y del modelaje ético.


Virtudes y Gestión Ética
La gestión ética en las universidades recibe un valioso fundamente con el recurso a un núcleo básico de conductas consideradas deseables para el ser humano, individual y social, en cuanto virtudes, excelencias o disposiciones activas de los agentes morales. Desde una reflexión contemporánea que recoge críticamente el legado de la ética de Aristóteles en lo que ella tiene de ética de la convivencia, cabe considerar a la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza como importante bases para la toma de decisiones en las universidades.


Prudencia
En cuanto virtud intelectual y moral, perfecciona la actividad decisional fundada en la razón. A través de la razón práctica, que guía el obrar, se cumple la comprensión y valoración de los fines, las posibilidades de actuación y la relación con acciones anteriores. La prudencia determina la valoración del fin buscado, establece los medios y las vías para alcanzarlo y obra en concreto en esa dirección. Las decisiones de la vida universitaria son siempre concretas y contextuales y suponen un conocimiento y una valoración para lo que es indispensable la prudencia, ya que tales decisiones afectarán a los miembros de organización y a la comunidad. La prudencia es fundamento de la responsabilidad y de la coherencia en la actuación universitaria.


Justicia
La justicia posee la capacidad de orientar, autorregular y regular la actuación de quien decide. Es sinónimo de rectitud moral, cumplimiento de lo debido y reconocimiento al derecho del otro. Es la disposición estable y permanente de obrar bien, de obrar según un bien comunicativamente acordado, por lo que hace justos sus resultados como expresión de dicho bien. La justicia compromete la voluntad de obrar rectamente. Los tres tipos habituales de justicia: Legal, conmutativa y distributiva, ayudan a orientar la actuación universitaria. La primera ordena la actuación de los miembros de la universidad hacia el bien común. La segunda incide en el cumplimiento de procesos de negociación y contrato para el otorgamiento de lo acordado. Y la tercera, que regula el reparto de lo que pertenece a una comunidad: Beneficios (cargos, ubicación, remuneración) ó cargas (responsabilidad, obligación tributo) ejercidas con prudencia, permite contemplar las capacidades, meritos y necesidades de cada uno de los miembros de la universidad.


Fortaleza
Es la virtud que permite al miembro de la comunidad universitaria, en tanto agente moral, perseverar en la consecución de fines y medios considerados justos, aun
si con ellos asume riesgos o perjuicios reales o posibles que puedan comprometer su poder, su reconocimiento social o sus bienes. Es la firmeza en la prosecución de los fines morales que permiten superar la angustia o el temor, y por lo tanto es lo contrario a la cobardía. Está ligada a la reflexión racional y a la prudencia y difiere de la temeridad irreflexiva. La firmeza se muestra hoy principalmente en el valor cívico, en la defensa activa de lo justo, moral y legal, e impulsa consecuencias en lo económico y en lo social.


Templanza
Es la virtud de la ponderación racional, contrapuesta a la ambición desmedida o a la afectividad impulsiva. Esta virtud permite conocer las propias posibilidades y limitaciones y alcanzar excelencia en la realización de la mejor de las posibilidades existentes. Orienta las fuerzas y tendencias al mantenimiento de la vida, convierte los comportamientos organizacionales guiados solamente por la eficacia, en conductas de la organización orientadas por valores. Trasciende lo meramente inmediato, revaloriza al proyecto de vida de la organización y establece el orden razonable para su realización. La templanza es capacidad de reflexión, capacidad comunicativa y de lograr acuerdos fuerza para visualizar proyectos valiosos y visión para insertar lo inmediato en el proceso de actuación cultural.
A partir de tales disposiciones activas es posible así establecer ciertos criterios fundamentales para pensar el papel de la universidad y de cada uno de sus miembros -directivo ó gerente, docente, investigador, estudiante, personal- en la construcción de una organización que busca avanzar hacia la inteligencia ética para contribuir desde ella, de modo abierto e interactivo, vinculándose a otros agentes sociales, a la convivencia y a una vida de calidad para un numero cada vez mayor de seres humanos.


BIBLIOGRAFÍA
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YARCE, L. (2005) El poder de los valores en las organizaciones. México. Ruz.


(*) Ponencia presentada por el Prof. Victor R. Martìn Fiorino en el marco del Cuarto Simposio Internacional de Educación en Valores: "La Educación en Valores: Primera necesidad del Siglo XXI" (2007) Publicado en la Revista Educaciòn en Valores, Julio - Diciembre 2007 Vol.2 N° 8. Universidad de Carabobo. Venezuela. Descargable tambièn de http://servicio.cid.uc.edu.ve/multidisciplinarias/educacion-en-valores/v2n8/art5.pdf