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(*) El presente artìculo del Prof. Victor R. Martin Fiorino
ha sido presentado en Madrid en el marco del
IX Congreso Internacional del CLAD sobre la
Reforma del Estado y de la Administración Pública.
Madrid. España. Del 2 al 5 de Noviembre del 2004.
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En el siglo XX, junto a las grandes revoluciones científicas que protagonizaron la matemática y la física, de la mano de Albert Einstein a comienzos de siglo y la biología en el último tercio de éste, se produjeron decisivas transformaciones en el pensamiento social, en el modo de ver la imbricación entre el individuo en sus relaciones con la sociedad y con la especie y en la forma de pensar y llevar a la práctica nuevas formas de coexistencia que pudieran ayudar a construir formas más avanzadas de convivencia. No fue casual el hecho de que las matemáticas y la física provocaran la aparición y el desarrollo extraordinario de la informática y que la informática permitiera adentrarse asombrosamente en el conocimiento de la vida, tanto en las investigaciones biológicas como sobre los equilibrios vitales del ambiente y el origen cósmico de la vida. En la misma línea, el conocimiento cada vez más amplio y preciso de la vida, condujo a la discusión acerca de las conductas orientadas a la valorización, cuidado y preservación de la vida, tanto a nivel individual como social y ambiental, y de las instituciones y organizaciones aptas para ello.
El gran avance de los estudios sobre la vida, tanto en la investigación genética orientada a expandir la posibilidad de programar una reducción de patologías, como en el desarrollo de las técnicas capaces de aportar soluciones a problemas hasta entonces cerrados (transplantes, clonación, implantes altamente avanzados), avivaron significativamente la discusión acerca de la responsabilidad ética en la actuación tanto individual (especialmente los científicos, pero también los funcionarios encargados de autorizar y supervisar los nuevos procedimientos) como legal e institucional. (Necesidad de legislar sobre materias muy novedosas y complejas, responsabilidad del Estado en la orientación y control de la actuación de los actores involucrados en tales innovaciones).
El debate sobre la responsabilidad de los actores individuales y sociales en el manejo del poder derivado del conocimiento sobre la vida, tanto en los aspectos biológico-científicos como en los aspectos ambientales vinculados a políticas principalmente económicas, tuvo un fuerte impulso a partir de los años 70 del pasado siglo, cuando es abordado desde varias perspectivas convergentes, tales como los informes sobre los límites del crecimiento y los riesgos serios para la preservación de la vida en el planeta, las importantes discusiones sobre bioética y éticas aplicadas,(1) como la ética en la empresa y la ética ecológica, y la renovación del concepto de ética pública como ética de la responsabilidad (2), con el consecuente desarrollo de los diversos niveles de la ética pública como ética del gobierno, gerencia ética en ámbito público y código de ética de los funcionarios. (3)
El conocimiento como poder, la identificación entre ciencia y poder, ha sido uno de los presupuestos sobre los que se ha construido la actual civilización científico-técnica. No obstante ello, junto al despliegue de este formidable poder del conocimiento, no hubo una consecuente aplicación de este poder de intervención a la solución de los grandes problemas que desgarran a la humanidad: hambre y desnutrición, enfermedades erradicables pero en franco crecimiento, analfabetismo, desocupación, exclusión. Esta inadecuación entre poder y problemas reintroduce el tema de la responsabilidad y de los valores éticos en el abordaje de los problemas fundamentales, consecuencia de los cuales es la profundización y radicalización de la violencia y la ingobernabilidad. Poder- problemas- valores es un nuevo modo de manifestación del desafío de la inteligencia humana como inteligencia de la vida, como fuente de capacidades para elegir y construir el bien personal en armonía con el bien común (a una inteligencia de intervención, está sucediendo una inteligencia de integración).
Como lo señala L. Schvarstein (4) la necesidad de dar repuesta a los problemas profundos derivados de las necesidades básicas insatisfechas de amplios sectores de la población, aunado a la retracción del Estado de Bienestar, han revalorizado la noción de responsabilidad social de las organizaciones. En tal sentido, se puede entender el concepto de inteligencia social como la capacidad de generar y desarrollar las competencias necesarias para el ejercicio efectivo de la responsabilidad social en las organizaciones. De modo convergente a este enfoque, cabe señalar que la inteligencia puede ser definida como facultad de aprender, aprehender o comprender, o como capacidad de comprender y adaptarse; o bien, en un sentido más aplicado, como capacidad integrativa para resolver situaciones problemáticas nuevas, mediante la reestructuración de datos perceptivos(5). Si enfatizamos el aspecto integrador de la inteligencia, resulta valioso señalar, apoyándonos en la etimología latina de inter.-legere, que ella es lo que nos posibilita escoger entre una cosa y otra, escoger para decidir –no solamente optar-, con lo que n os abrimos al terreno del fundamento de nuestras decisiones, al terreno ético.
Una de las características definitivas de la inteligencia es la capacidad de hacer distinciones, hacer visible lo que no parece visible, estableciendo conexiones que muestran la complejidad de lo existente, complejidad frente a la cual –y formando parte de la misma- no perdemos nuestra capacidad de actuar, sino que, dentro del marco de provisionalidad de nuestras decisiones, decidimos y actuamos, intervenimos e integramos. La inteligencia, en el nivel individual y en las organizaciones, permite decidir en la incertidumbre. La inteligencia, así, se puede evaluar no sólo por la cantidad de incertidumbre que se es capaz de soportar (individuo u organización), sino por la calidad de las decisiones que se tornan en condición de incertidumbre.
No es posible, sin embargo, limitarse a concebir la inteligencia como capacidad fundada únicamente en el razonamiento lógico y enfocada exclusivamente en la resolución de problemas; esta perspectiva refleja una concepción racionalista y unicista de la inteligencia ha sido criticada por su carácter reductivo y contrastada por autores que, como H. Gardner (6) propone una concepción más amplia de la inteligencia asociada, como lo subraya L. Schvarstein (7), con el desempeño humano. La definición de la inteligencia expuesta por Gardner, quien la considera "un potencial biopsicológico para procesar información, que se puede activar en un marco cultural para resolver problemas o crear productos que tienen valor para una cultura" (8), permite afirmar que ella se expresa en cuanto inteligencia social, como competencia organizacional "orientada al cumplimiento de la responsabilidad social en un contexto que favorezca su ejercicio". En efecto, la relación entre contexto e individuo, entendida como la de organización-actor puede desembocar en que, "un individuo socialmente inteligente, pero en un contexto organizacional no orientado al cumplimiento de la responsabilidad social, la única forma que tendrá de desarrollar su potencialidad será como actor, actuando por propia elección, y no como personaje en cumplimiento de las demandas sociales de su rol".(9)
La noción de organización inteligente, asociada estrechamente a la de organización que aprende,(10) reúne un conjunto de competencias específicas (o inteligencias): comerciales, financieras, tecnológicas, operacionales, sociales. De estas últimas –las sociales- se deriva el potencial para el ejercicio de la responsabilidad social y, en tal sentido, la apertura al campo de una inteligencia integradora: la inteligencia ética, que apunta a integrar las competencias en torno al valor principal, entendido como vida de la organización (11). Una organización vital, que no es sobreviviente ni solamente viviente, se construye desde un conjunto de valores que han de regir su accionar y que, a través de las decisiones de gobierno de la organización, establece el proyecto de vida de la misma y determina las prioridades que irán siendo atendidas en el mediano y largo plazo. Todo ello da un nuevo sentido a la construcción de la plataforma ética de la organización, que replantea, en tiempo de transición y de incertidumbre, la misión, la visión, las estrategias, las políticas globales y los mecanismos capaces de asegurar su progresivo cumplimiento. La inteligencia ética, que implica aprendizaje permanente atento a los cambios en la vida de la cual la organización forma parte –no sólo de la vida de la organización-, se expresa en organizaciones de transición centradas en valores, que regulan las racionalidades política, económica y social de la organización.
Restituir los equilibrios, tanto hacia dentro, en lo que concierne a los integrantes de la organización y dirigida a la orientación de las decisiones y acciones de los mismos, a la autorregulación y a la solución de conflictos, como hacia fuera de la organización, en lo referido a la relación de ésta con la comunidad, con el ambiente y con el respeto a la diversidad de la vida en general; restituir los equilibrios es la tarea central de la inteligencia ética, a través de los mecanismos de construcción de eticidad. (12) La inteligencia ética, que se apoya en la teoría de las inteligencias múltiples y profundiza las propuestas de la inteligencia emocional en las organizaciones y de la inteligencia social en éstas, se nutre de la capacidad de cambio y aprendizaje (13) y de los mecanismo de trabajo en las organizaciones derivadas de las nociones de transculturalidad –como herramientas para recoger lo mejor de cada cultura, dentro de la organización y fuera de ella, para ir más allá de ellas en la construcción de lo nuevo que integra a la organización en la vida y el sentido- y de la transdisciplinariedad, que permite integrar y proyectar todas las competencias no solo a satisfacer las necesidades sociales básicas de las personas, dentro de la organización y en el ámbito de la comunidad, sino también a la creación de un compromiso social fundado en valores, que integra la responsabilidad social en un proyecto de vida compartida y valiosa.
Apuntar a la vida de la organización es, en primer término a construir su posibilidad de futuro, pero además, y principalmente, considerar la calidad de vida de la organización. En el ámbito de las organizaciones públicas ello implica replantear su plataforma ética, establecer nuevos parámetros para la construcción de eticidad con la participación activa de todos sus integrantes y mediante relaciones estrechas con los sectores productivos, educativos, culturales y de la sociedad civil, el establecimiento de redes para el aprendizaje ético en las organizaciones públicas y la incorporación progresiva a estándares internacionales. Los desafíos que plantea el desarrollo de la inteligencia ética en las organizaciones públicas incorporan un cambio significativo en las relaciones entre prestatarios, prestadores y participes, transformaciones en el liderazgo, nuevos programas de formación ética permanente y, en definitiva, el replanteamiento de la ética de gobierno, de la gestión ética en el ámbito público y de los códigos éticos de los funcionarios públicos.
Los problemas que discute la ética en el campo de las organizaciones se nutren de los conflictos morales reales vividos por los actores que las integran, conflictos tanto internos como también en las relaciones con la sociedad. Estos conflictos son inevitables en la medida en que en las organizaciones existe un permanente proceso, explícito o implícito, de ajuste entre ideas y creencias lo cual es parte constitutiva de la dinámica de las mismas. Las tareas de construcción de eticidad tienen por objeto fortalecer a los agentes morales que actúan en las organizaciones, que deciden en el marco de tales conflictos. Una vía que puede conducir a organizaciones diferentes en el ámbito público se apoya en el desarrollo gradual de la capacidad de elegir a partir de una reflexión valorativa acerca de lo que en común se considera un bien, contando con todos los recursos emocionales e intelectuales de la mente humana.
La inteligencia ética es habilitada por la imaginación moral, la cual es capaz de crear posibilidades inéditas de actuación orientada a la integración y a la congruencia de las conductas. En efecto, la inteligencia ética se refiere a la vida moral de las organizaciones, centrada en las personas que la componen, y en dicha vida moral quedan incluidas la reflexión moral (su formación, las influencias que recibe, sus avances), las experiencias morales (el trabajo en equipo, el liderazgo, la comunicación organizacional) y la conducta moral (el modo de obrar convencido de irresponsable). Así, la inteligencia ética puede ser considerada inteligencia de la vida, en el sentido en que permite y orienta el desarrollo del proyecto de la organización, al tiempo que lo hace compatible con otros proyectos convergentes.
La particular constitución de las leyes morales y su acción sobre la conducta de las personas que forman parte de una organización del ámbito público conduce, en no pocas ocasiones, a situaciones paradójicas en el seno de la misma. Por una parte, cada sujeto humano está llamado a reconocer la obligatoriedad de la ley moral y, por otra parte, como acertadamente lo señala A. Cortina(14), "resulta sumamente difícil reconocer personalmente esa obligatoriedad en sociedades desmoralizadas, en las que las leyes morales son objeto de general desprecio". Este tipo de situaciones son vividas de un modo particularmente relevante por las personas que forman parte de las organizaciones públicas. En efecto, se trata de individuos descontextualizados en organizaciones que no se interesan por promover desde ningún punto de vista – ni emocional, ni congnitivo, ni valorativo – la construcción de una trama de valores compartidos capaz de, al mismo tiempo, actuar hacia dentro para modificar creencias que se profesan antes de ingresar o al margen de la organización, y hacia fuera, mediante iniciativas orientadas a proyectar propuestas de transformación de las creencias generalizadas en la sociedad.
De este tipo de situaciones deriva una revalorización de la necesidad de programas permanentes de formación dirigidos a los miembros de la administración pública. Tales programas, centrados en el concepto integrador de una inteligencia ética capaz de impulsar la capacitación de personas concretas, con funciones específicas, en contextos determinados, a fin de promover desde niveles emocionales, congnitivos y valorativos mutuamente integrados, el saber elegir no en condiciones ideales sino en contextos reales.
Al desarrollo de la capacidad de saber elegir le han dedicado extensas y valiosas consideraciones Amartya Sen y Martha Nussbaum (15) en un importante trabajo sobre la calidad de vida. Formar para impulsar el ejercicio de la capacidad de elegir es tarea permanente en una organización que se proponga salir de una situación de supervivencia – caracterizada por la carencia de proyecto, completa dependencia de factores externos y ausencia de valores compartidos – para construirse como organización viva. Esta ultima puede ser caracterizada por tres grandes ejes teórico-prácticos: el eje de compatibilidad (entre actores internos, con la sociedad y con el ambiente), el eje de integración (capacidad de crear valores nuevos, dar continuidad a lo ya alcanzado en la organización y apertura a lo nuevo en la misma y en la sociedad) y el eje del compromiso social (que asume y profundiza la responsabilidad social de la organización en el sentido de ir más allá de leyes, reglas o códigos). Estos tres ejes consolidan iniciativas a favor de la vida de la organización, en todos los sentidos en los que ésta puede ser entendida y promueve estrategias para llevarlas a la práctica mediante acuerdos alcanzados de manera democrática y plural.
Los programas de formación orientados al desarrollo de la inteligencia ética en la organización apuntan a modificar a los miembros de la organización, a la organización misma y a la sociedad. En el marco de las organizaciones públicas, la persona que asume la tarea de comprobar si un principio ético puede o no convertirse en una ley moral para esa comunidad organizativa, "ni siquiera se preocupará por hacerlo si a lo largo del proceso de socialización no ha aprendido a valorar positivamente ese tipo de ley, si la sociedad en la que vive no se interesa públicamente por ella" (16). De ello se deriva el hecho de que, en ausencia de un proceso formativo continuo de construcción de eticidad, sea sumamente difícil desarrollar la capacidad de elegir y tomar decisiones según principios éticos vividos por cada persona en su ámbito interior, pero convertidos en ley moral con efecto orientador y obligante, en el marco de una sociedad "desmoralizada" según la expresión de Ortega y Gasset. Igualmente, como lo afirma A. Cortina (17), "en una sociedad en la que públicamente se dé por bueno que el interés egoísta es el único móvil verdaderamente racional de las conductas".
La inteligencia ética, fundada en la capacidad de dar congruencia a las actuaciones humanas en sus diversos contextos inclusivos se nutre de la fuerza pedagógica que acompaña a lo que socialmente es valorado de manera positiva y considerado como deseable, como un bien que hay que alcanzar de manera inteligente, a través de la acción de una comunidad que impulsa una moral de los ciudadanos (18). La experiencia frecuente indica que uno de los mayores obstáculos a este esfuerzo pedagógico lo constituye el hecho de que, en muchos casos, las ideas no concuerdan con las creencias. Las ideas acerca del valor de los principios éticos para la toma de decisiones en el ámbito público y las creencias sobre el interés egoísta que mueve las conductas se contraponen. Una vía que puede significar la salida de esta situación de desajuste conduce a dos niveles de decisión: primero, a resaltar, de modo integrador y convergente, la común referencia de ideas y creencias a ciertos valores que les sirven de apoyo. En un esfuerzo crítico de congruencia es posible demostrar que algunos de los valores a los que remiten ciertas ideas o creencias, no son tales, o lo fueron solo en el pasado pero no se ajustan hoy a lo que socialmente es valorado de manera positiva y deseable por una comunidad. En otros casos, son valoraciones secundarias que pueden ser incluidas en otras más profundas y abarcadoras, estrechando las divergencias entre ideas y creencias.
El esfuerzo de acercamiento entre ideas y creencias supone un proceso de desmontaje progresivo de barreras conductuales que operan en la relación entre los miembros de las organizaciones públicas y entre estos y la sociedad. Asimismo, en un segundo nivel, el proceso de ir ajustando creencias a ideas – proceso clave para posibilitar cambios culturales y, en particular, de la cultura organizacional en ámbito público – requiere, retomando la inspiración de E. Kant (19) ir creando las condiciones para una "sociedad civil ética" es decir para comunidades éticas concretas que se proyectan de modo universalizador y abierto. Ambos momentos, la convergencia en torno a lo socialmente considerado como bien a ser alcanzado mediante ideas y creencias, y la creación de comunidades éticas concretas, tienen como hilo conductor el desarrollo de la inteligencia ética.
La realización de talleres y otras actividades para el desarrollo de la inteligencia ética en las organizaciones que venimos desarrollando en varios programas de postgrado en Venezuela, en ámbitos de la ciencia política, la gerencia y la educación, abre una importante vía de enriquecimiento y proyección a través de programas de formación y capacitación en los cuales convergen administración pública, universidad, sectores empresariales y sociedad civil.
La inteligencia ética como dimensión integradora del proyecto de vida de la organización, contribuye a orientar el desarrollo de la competencia para saber elegir. Saber elegir en relación con las diferentes posibilidades de actuación concertada entre actores internos de la organización, entre miembros de todos los grupos de interés vinculados a la organización, entre actores gubernamentales, sociales, empresariales, educativos, culturales. Saber elegir la calidad de vida de la organización. Las repercusiones del desarrollo de la inteligencia ética en las organizaciones públicas, a través de los procedimientos de construcción de eticidad, pueden introducir cambios fundamentales en la esfera pública y en el diseño e implementación de políticas socialmente compatibles, alternativas y humanizadoras.
NOTAS:
(1)López F., E. y Padín, F. (Eds.), (1997). Desafíos a la ética, Ciencia, tecnología, Sociedad. Madrid. Narcea.
(2) Martín, V. y Ferrer, J. (2002). Ética de la responsabilidad bajo la gestión pública. Revista Venezolana de Ciencias Política. Nº 22. Universidad de Los Andes. Mérida.
(3) Cortina A. (2000). Problemas de la ética pública y códigos éticos. Madrid. Universidad Complutense
(4) Schvarstein, L. (2003). La inteligencia social de las organizaciones. Paidós. Buenos Aires.
(5) G. Riberio, L. (2003). Inteligencia aplicada. Barcelona. Planeta.
(6) H. Gardner (1999). La inteligencia revisitada. Las inteligencias múltiples en el siglo XXI, Barcelona. Paídos
(7) L. Schvarstein, Op. Cit. Pág. 69
(8) H. Gardner, Op. cit. Pág. 261
(9) L. Schvarstein. Op. cit. Pág. 70
(10) G. Morgan (1986). Images of Organization, Newbury Park, Sage y P. Senge (1999). La quinta disciplina. Barcelona. Granica
(11) V. Martín (2004). La organización vital. Vida y supervivencia de las organizaciones. Ediluz. Maracaibo (en prensa).
(12) V. Martín (2004). Op. Cit. Pág. 86
(13) Coles, R. (1998). La inteligencia moral. Bogotá. Norma.
(14) A. Cortina (2001) "Comunidad Política y Comunidad Ética" en: Alianza y Contrato, Madrid, Trotta, p. 112
(15) A. Sen y M. Nussbaum (2001) La calidad de vida, México, F.C.E.
(16) A. Cortina (2001) "Comunidad Política…", cit. p. 112
(17) Idem, p. 113
(18) A. Cortina (1998) Hasta un pueblo de demonios. Ética Pública y Sociedad, Madrid, Taurus
(19) E. Kant (1989) Metafísica de las Costumbres, Madrid, Tecnos.
BIBLIOGRAFÍA:
- Coles, R (1998) La inteligencia moral, Bogotá, Norma.
- Cortina, A. (1998) Hasta un pueblo de demonios. Ética Pública y Sociedad,
Madrid, Taurus.
- Cortina, A. (2000) Problemas de ética pública y códigos éticos, Madrid,
Universidad Complutense.
- Cortina, A. (2001) "Comunidad Política y Comunidad Ética" en: Alianza y
Contrato, Madrid, Trotta,
- Gardner, H. (1999) La inteligencia Revisitada. Las inteligencias múltiples en el
siglo XXI, Barcelona, Paidós.
- Kant, E. (1989) Metafísica de las costumbres, Madrid, Tecnos.
- Martin, V. (2004) La Organización Vital. Vida y supervivencia de las
organizaciones, Maracaibo, Ediluz.
- Martin, V. y Ferrer J. (2002) Ética de la responsabilidad bajo la gestión pública.
Revista Venezolana de Ciencia Política. Nº 22
Universidad de los Andes, Mérida, Venezuela.
- Morgan, G. (1986) Image of Organization, Newburry Park, Sage.
- Ribeiro, L. (2003) La Inteligencia Aplicada, Barcelona, Planeta.
- Schvarstein, L. (2003) La Inteligencia Social de las Organizaciones. Buenos Aires,
Paidós.
- Sen, A. y Nussbaum, M. (2001) La calidad de vida, México, FCE.
- Senge, P. (1999) La quinta disciplina, Barcelona, Granica.
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